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ETA ha vuelto a matar y esta vez, después de dos intentonas frustradas "al periodista Gorka Landáburu le han volado una mano y un joven guarda jurado se ha librado milagrosamente de la muerte", ha conseguido su doble objetivo: llevar el dolor más extremo a una familia y, a la vez, pretender dar un golpe mortal a la libertad de expresión de todo un pueblo. Porque todos los crímenes etarras son igualmente despreciables, pero esta vez, además de aniquilar de siete disparos el derecho a la vida, el más fundamental, de un ser humano, han dirigido las balas contra otro de los derechos de toda persona, el de emitir y recibir información libremente, sin cortapisas.

Por eso la víctima esta vez ha sido un hombre vinculado a los medios de comunicación, en un mensaje claro de los terroristas hacia quienes ejercen este noble oficio de informar para que la sociedad analice los datos y llegue a sus propias conclusiones. Por lo visto, el resultado de las urnas, tan desastroso para sus amigos del entorno radical, ha caído como una bomba en el seno de la organización criminal y ésta es su respuesta: más sangre, más dolor, un castigo para una sociedad que ha elegido con libertad y mayoritariamente la democracia, el diálogo, la oportunidad para la paz.

Y en esas debe plantarse el lehendakari Juan José Ibarretxe, sin pausa, a la hora de entablar conversaciones con todos los líderes políticos, acercando posturas. Y a continuación, en la formación de un nuevo Ejecutivo que se plantee como primer objetivo superar la sangrante inactividad contra el terror que ha presidido la última legislatura. Miles de votos lo han pedido y ahora está en manos del futuro Gobierno vasco ponerse a trabajar, en serio, contra todas las formas de violencia y terror, de la mano de todos aquellos que representan la voluntad democrática de los vascos.