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Los asesinos han vuelto a actuar. Su víctima, en esta ocasión, ha sido el presidente del Partido Popular de Aragón, Manuel Giménez Abad, que cayó abatido por dos disparos cuando acudía a presenciar el encuentro que enfrentó ayer al Zaragoza con el Numancia. Una vez más, un día que debía ser un domingo más, se tiñó de sangre por culpa de la barbarie de la banda ETA. Ajenos a todo diálogo, lejos de todo principio democrático, sólo han pretendido, como siempre, sembrar el miedo por la fuerza de las armas. Y esto sucede cuando falta una semana para las elecciones al Parlamento Vasco. Hasta el momento todo había transcurrido dentro de una tensa normalidad, aunque eso sí, con una quiebra importante entre el PNV, por un lado, y PP y PSE-PSOE por el otro.

Pero, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia se puede culpar de lo acontecido ni a los nacionalistas vascos ni a los partidos centralistas. Todos ellos pugnan de forma absolutamente democrática por gobernar Euskadi. Tal vez cometiendo algunos errores en sus planteamientos, pero siempre con la palabra, nunca por la fuerza.

Los verdaderos responsables son los que cubren sus cabezas con pasamontañas y aprietan el gatillo y aquellos que les dan su apoyo. Jamás se debe aceptar que la violencia, en un Estado democrático, sea el argumento en el que se pretenda sustentar ninguna reivindicación.

Es terriblemente difícil, en estas circunstancias, afrontar los comicios que se avecinan con la tranquilidad que precisan, pero ese es el reto que deben superar todos los partidos políticos y, además, la misma sociedad vasca. Dejar que el crimen influya en el futuro de Euskadi es darles la razón a unos seres irracionales a los que hay que poner coto definitivamente.