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Las cosas de la economía parecen no marchar tan bien como todos quisiéramos y a los rumores de una fuerte recesión en Estados Unidos se unen ahora las voces que auguran una desaceleración también en Europa. Ayer mismo se publicaron los preocupantes datos de la inflación en España, que no hacen sino confirmar lo que ya se venía venir desde hace meses: que los precios en nuestro país son prácticamente incontrolables, sea por la alimentación, por los combustibles o por lo que sea. Y, para colmo, el Banco Central Europeo decidió mantener los tipos de interés en el 4'75 por ciento, a pesar de que todos los expertos esperaban una rebaja en el precio del dinero que permitiera, precisamente, reactivar un poco la economía. Y es ahí, por cierto, donde está el quid de esta cuestión. Mientras los precios sigan alegremente al alza y el euro, de capa caída, los mandamases de la banca europea preferirán su tradicional prudencia antes de rebajar los tipos, cosa que ya han hecho en Washington, en Londres y en Japón. Pero eso no es todo, pues en economía las variables se encadenan unas a otras creando efectos dominó a veces poco deseables. Por ello, a la rigidez del Banco Central Europeo el euro ha respondido cayendo aún más y, lo que es peor, al menos en lo que nos toca más de cerca, las autoridades monetarias siguen insistiendo en la necesidad de moderar los salarios y reformar el mercado laboral para estimular el crecimiento económico. Pese a ello, no todo son malas noticias, pues los analistas creen que este frenazo de ahora propiciará que antes de fin de año se lleve a cabo una rebaja del precio del dinero más sustancial, hasta quedarse en el cuatro por ciento. De ser así, al menos veremos una reducción de las hipotecas, que compensará el extra que pagamos a diario por el alza de los precios.