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El Gobierno ha anunciado una «profundísima» reforma educativa que, antes de convertirse siquiera en proyecto de ley, ha recibido una bofetada por parte de sindicatos y estudiantes, que no han dudado en considerarla una «auténtica contrarreforma». La conocida ya como «ley de calidad» de la enseñanza pretende poner fin a una serie de problemas educativos que arrastra nuestro país desde hace décadas, aunque sindicatos, profesores y estudiantes entienden que lo que pretende el Gobierno es volver a aquellos tiempos en que la educación, sobre todo universitaria, era un territorio elitista, favorecer claramente la enseñanza privada y expulsar a los alumnos menos adelantados al mercado laboral, con una capacitación mínima.

La huelga general del jueves fue ampliamente secundada en distintas ciudades del país, y las manifestaciones de protesta también fueron numerosas, especialmente en contra de la idea de resucitar la «reválida» en el bachillerato.

Sin embargo, lo mismo alumnos que profesores saben que, ciertamente, del sistema educativo español penden una serie de problemas que habría que afrontar con seriedad y valentía. Entre ellos, quizá los más graves sean un índice de fracaso escolar altísimo y una secular falta de adecuación de lo aprendido a lo que demanda el mercado laboral.

Las medidas a adoptar serán difíciles de consensuar, porque el espíritu con que se enfrentan al tema políticos, educadores y estudiantes es bien distinto. Pero es necesario un gran pacto de Estado para que la Admiministración central y las autonómicas, tras oír a todos los estamentos educativos, aborden la reforma de nuestro sistema educativo. Negar que es sensiblemente mejorable y obviar sus muchísimas deficiencias es hipotecar el futuro.