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Parecía que tras el asesinato de dos trabajadores guipuzcoanos en el último atentado etarra "dirigido en principio contra un edil socialista" algo empezaba a moverse en el entorno de la banda terrorista en favor de una salida pacífica. En el mismo corazón de la coalición Euskal Herritarrok surgieron voces, aunque todavía minoritarias, reclamando el fin de la lucha armada y certificando el fracaso del camino de las pistolas.

Pero el futuro del País Vasco está en juego en unas elecciones autonómicas más reñidas que nunca en las que se dilucida si esa comunidad quiere un gobierno nacionalista "que ha permanecido en el poder desde hace veinte años" o no. Por ello era de esperar que los terroristas quisieran dirigir su peculiar mensaje electoral al mundo entero y no conocen otro vehículo que el terror y la muerte. Ayer se demostró de nuevo, cuando un comando robó en Francia casi dos toneladas de explosivos con un método hasta ahora desconocido, secuestrando previamente al director de la fábrica y a su familia para que facilitara el robo.

Felizmente, uno de los responsables del delito ha sido ya detenido y es, además, uno de los etarras más buscados, implicado en varios atentados y secuestros. Aun así, estos hechos vienen a confirmar que ETA no está debilitada, como creían muchos, y que sigue dispuesta a hacerse oír en la batalla electoral a base de bombas y crímenes. Sólo la eficacia de la acción policial, en este caso francesa, logrará evitar la llegada de la dinamita a España y podrá detenerse así la escalada de violencia que con toda probabilidad los terroristas tenían prevista. Tal vez en respuesta a la detención de un buen montón de jovenes que componían la cantera de la banda y que, en el mismo momento de ser arrestados, se permitían el lujo de amenazar a las fuerzas del orden.