En el hall visionaron un vídeo con la historia del teatro para después pasar al anfiteatro. Foto: C. VIERA.

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Conocer las entrañas del Principal fue ayer un placer para el grupo de treinta personas de muy diferentes edades que, anteriormente, habían pasado por la taquilla de este teatro a recoger una invitación dentro del programa de visitas guiadas que ha organizado la Conselleria de Cultura i Joventut del CIM para despedir el emblemático edificio que, muy pronto, cerrará sus puertas para que se emprendan las obras de renovación y modernización.

Pep Francisco López Bonet, el «cicerone» de la casa, les recibió en el hall del teatro y les invitó a que visionaran un vídeo sobre las transformaciones que ha sufrido desde su construcción, en 1662, esa primitiva «Casa de les Comèdies».

Al acabar esa proyección, los invitados subieron hasta el anfiteatro del primer piso por las escaleras de siempre. Allí será donde el teatro cambiará más su fisonomía externa, ya que volverá a la imagen anterior a la reforma de 1932, y recuperará las lonjas. En la parte posterior de éstas, volverá a haber un salón, que acogerá el bar. Los visitantes mostraron su preocupación por la pérdida de asientos que esta remodelación supondría aunque expresaron su satisfacción por el nuevo bar, al que se podría acceder por los ascensores con que contará el edificio "y que ocuparán el lugar donde está el actual bar".

Bastidores y tramoya fueron los siguientes puntos de la visita. Francesca, que acudió acompañada de su marido, Miquel, aseguraba que «ya conocía el teatro por fuera y me hacía ilusión conocerlo por dentro. Yo soy aficionada, sobre todo, a la ópera, aunque también vengo a algunos conciertos. Es una pena que este edificio, que está tan céntrico, se tenga que cerrar durante una buena temporada». A su lado estaban Mercè Torrecabota y Carme Ramon que, con su cámara reflex, plasmaba todo cuando consideraba interesante. Estas tres mujeres son asiduas de los cursos de la Universitat Oberta, asisten a conciertos, conferencias,... «decimos que somos pendones culturales», decía sonriendo Francesca.