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En el «barrio», como siempre se ha conocido sa Gerreria, afirman que cuesta asimilar tantos cambios en tan poco tiempo. La fisonomía de ese popular enclave palmesano sufre transformaciones tan vertiginosas, que se pueden contar con las horas de un día. El oficio más viejo del mundo que campea a sus anchas por la noche, deja paso en el día a un continuo trasiego de gente que debe acudir al nuevo edificio judicial. Jueces, fiscales, abogados, funcionarios y público en general tienen, forzosamente, que transitar por las mismas calles degradadas de siempre y cruzarse con sus vecinos, muchos de ellos, en animada charla a la vieja usanza: alrededor de sillas situadas en plena acera.

Los nuevos usuarios del viejo barrio de sa Gerreria tienen algo en común: todos caminan a velocidad de vértigo, sin siquiera mirar a un alrededor marcado por ropa tendida en los balcones, un incipiente olor a orín y perros sin dueño deambulando por ahí. La sede judicial, no obstante, ha devuelto un hálito de esperanza a sa Gerreria. Un antiguo bar, el único situado exactamente enfrente del nuevo edificio, aguanta el tipo esperando tiempos mejores. Es cierto que acuden los mismos viejos parroquianos de siempre, pero su propietario no pierde la esperanza de que surjan nuevos clientes. Por ahora no es así. El bar convive con una peluquería y otro antiquísimo negocio de venta de comestibles, todos, confiando en un repentino aumento de la recaudación diaria. Se ve mucha gente trajeada transitando por ahí, pero éstos acuden a los bares de las Avenidas. Incluso, uno de ellos, ya bautizó su negocio como «Palacio de Justicia», intuyendo las nuevas y magníficas posibilidades.

El nuevo edificio, que no está inaugurado de forma oficial, ha dado pie para muchas cosas. En los primeros días, surgieron rumores de que algún juez y abogado habían sufrido robos mientras caminaban por los alrededores, cuestión que fue negada con rotundidad por el juez decano, Pere Barceló. Las vistas desde la sede muestran, en toda su magnitud, el estado de abandono de los alrededores y más de un juez ha quedado «cara a cara» con un vecino no deseado. Pero, con todo, recorrer los cuarenta metros de la calle Socors hasta la sede judicial sigue siendo un ejercicio complicado para la elite de la justicia balear. Los taxis suelen detenerse en la plaza Sant Antoni y ese trayecto es obligado. Otros, en cambio, prefieren acceder por las Avenidas y, más de uno, se acerca desde Vía Sindicato sorteando las numerosas obras de la zona.