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La ciencia avanza "siempre lo ha hecho" al margen de lo que se pueda decir o pensar. Por eso todos los «peros» éticos que ha levantado la todavía remota posibilidad de llegar a la clonación humana no han impedido que un grupo de científicos americanos consigan el nacimiento del primer mono modificado genéticamente. No es lo mismo, desde luego, pero es un paso más que nos acerca a lo que se supone es el objetivo final: lograr que el ser humano mejore sustancialmente sus condiciones de vida gracias a las terapias genéticas. Para quien tenga ojos y mente optimistas todo son parabienes. El monito "un «rhesus»" está perfectamente sano y podría ser la clave para que en el futuro se alcance la curación por vacuna de males como la diabetes, el sida, el cáncer o problemas coronarios. Una maravilla, a todas luces. Sin embargo, cuando hablamos de modificar las estructuras genéticas entramos en un laberinto profundo y complicado, del que quizás no sepamos salir.

ANDi, así le han bautizado, es el primer primate "nosotros también lo somos" con un gen externo. Quizá tras él vengan los grandes monos, chimpancés, orangutanes, gorilas, más cercanos al ser humano e inmunes a muchas de las enfermedades que a nosotros nos matan. Y quién pondrá entonces las barreras para que introduzcamos modificaciones en seres humanos. De ahí al terror de la ciencia ficción va un solo paso.

Pero tampoco se pueden poner puertas al campo. Nunca hubiéramos salido de la prehistoria y aquí estamos. El hombre sufre enfermedades terribles y si está en manos humanas terminar con ellas, debe hacerse y cuanto antes. Quizá por una vez tengamos que confiar ciegamente en que los propios científicos y las leyes sepan establecer con firmeza la frontera entre el bien y el mal.