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El día de Año Nuevo es siempre un día melancólico y triste», ha escrito, en alguna ocasión, el excelente poeta Andrés Trapiello. En cierto modo, la Nochevieja suele ser también un poco melancólica y triste, «aunque para las uvas hay algunos nuevos/a los que ya no están echaremos de menos» cantaba Mecano, con añoranza y nostalgia, en «Un año más».

Seguramente debe ser cierto que el tiempo vuela, pues han pasado tan sólo doce meses desde el último cambio de siglo y de milenio, y nuevamente, ya ven, el pasado domingo, tuvimos un nuevo cambio de siglo y de milenio. Ya decía Quevedo que el tiempo ni vuelve ni tropieza. Bueno, tropezar, alguna vez sí tropieza, pues en la medianoche del domingo En Figuera, el reloj de Cort, se «aturulló» y no dio las campanadas como debía, pues los tañidos del mismo fueron casi inaudibles.

Poco antes de las 12 de la noche había en Palma 7 grados de temperatura, el Ajuntament repartía 500 bolsitas con las uvas de la suerte, en Cort había tres mil personas, pero no podemos afirmar con certeza cuántas campanadas sonaron a medianoche. Quizás la culpa fuera debida a algún sabotaje, o a un desconocido "hasta ahora" «efecto 2001»; de hecho, quienes quisieron llamar por el móvil no pudieron hacerlo debido a una misteriosa «saturación de líneas».

Las personas reunidas en Cort reaccionaron ante la extraña actuación de En Figuera con algún que otro silbido, tirando varios tapones de corcho hacia el mismo, o sospechando que las uvas de la suerte seguramente no debían ser tales, pero todo ello con elegancia, discreción y mesura, como corresponde al carácter isleño y a los turistas nórdicos que también estaban en la plaza. Poco después, los turistas fueron encendiendo bengalas, modelo «empecemos el Año Nuevo con deseos de paz y solidaridad», mientras los naturales de estas tierras utilizábamos los habituales petardos, tracas y cohetes modelo «mis vecinos no podrán pegar ojo hasta las cinco de la mañana».