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Como cada Nochebuena, el Rey acudió a todos los hogares españoles "en el País Vasco el mensaje no se emitió en directo por ETB, pero sí por las otras cadenas" con unas palabras que vienen a resumir lo que el año que acaba ha dado de sí y las esperanzas de cara al que se inicia. En esta ocasión el Monarca aludió a problemas nuevos "la inmigración" y a otros de siempre: la economía, la política, la realidad social española, y, cómo no, el terrorismo. A poco más de un año del fin de la tregua etarra, la violencia ha marcado decisivamente el año 2000 y don Juan Carlos no podía dejar de lado el problema que los españoles consideran más preocupante. Por eso se refirió extensamente al tema y, además de dedicar un emotivo recuerdo a las víctimas de las pistolas y bombas etarras, expresó la necesidad de conseguir la unidad política y democrática precisa para acabar con el terror y manifestó su convicción de que ETA no sobrevivirá. Como era de esperar, los dos grandes partidos nacionales aplaudieron horas después el enunciado real, poniendo de manifiesto que el pacto antiterrorista que han firmado es la herramienta perfecta para mostrar esa unidad. Tampoco sorprendieron las críticas de los nacionalistas vascos, aludiendo a que llevamos tres décadas diciendo lo mismo, sin resultados positivos. No faltó el elogio real de la pluralidad, la solidaridad y el respeto a los derechos humanos. Pero quizá se echa en falta en discursos como éste conceptos más concretos, referencias más precisas que sirvan a los partidos y a la sociedad entera para enfrentar con valentía los problemas que nos afectan. Sin embargo, no hay que olvidar cuál es el papel del Monarca en el marco constitucional. En consecuencia, debe medir muy bien sus palabras, para que reflejen el sentir mayoritario de los ciudadanos, y debe dejar para los partidos políticos la concreción de las propuestas para resolver los asuntos que a todos preocupan.