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Un día Alfredo Miralles, párroco de San Sebastián, pensó que la parroquia ganaría mucho con el sonido de un carillón... Tras solicitar ayudas para financiar los casi 4 millones de pesetas que costaba el proyecto -una buena parte del dinero la puso el Ajuntament-, se instalaron las campanas y el ordenador que gobierna los martillos que las golpean al ritmo de la melodía elegida.

Se decidió que el estreno fuera en Pascua, porque así las campanas tendrían «por quién doblar». «Fueron un regalo para Nuestro Señor con motivo de su 2000 aniversario», explicaba Alfredo Miralles a Ultima Hora . Y todo funcionó a la perfección. Algunos vecinos felicitaron al párroco por la calle, aunque también recuerda que hubo un par de quejas: «Directamente vino a hablar conmigo una señora que sufre migrañas, y un señor que me explicó que su hijo trabaja de noche y que necesita dormir de día, pero no creo que viniera nadie más».

Después empezaron los anónimos telefónicos y las pintadas en la pared de la iglesia; incluso hubo un mensaje -desagradable- vía internet, firmado por una tal Tisbury, «un fantasma», según afirma Alfredo Miralles, «porque pude descubrir que la señora Tisbury era un vecino del barrio».

Pero la polémica estalló cuando algunas personas decidieron protestar en serio -y civilizadamente-, vía denuncia ante el Ajuntament. Desde entonces hasta hoy, y sin que haya transcurrido mucho tiempo, Alfredo Miralles ha defendido que el carillón permanezca donde está. El Ajuntament ha dado orden de bajar el volumen de las campanas, pero el párroco considera que ésta «es una misión imposible».