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Más allá de su función como señales marítimas, los faros poseen un carácter simbólico. Perdidos en los más remotos lugares de la costa, sobre abruptos acantilados e inmersos en la soledad de la noche, han inspirado la seguridad del navegante. Una luz de la civilización frente a la furia de los elementos.

Elementos inseparables del paisaje marítimo desde la antigüedad, ahora han recobrado actualidad tras años de olvido y abandono de sus moradores. La entrañable figura ya centenaria del torrero, con los sistemas de alumbrado automático, ha pasado a la historia. Con él desaparecieron las historias de soledad, privación y aislamiento compartido con su familia. Pero los recios edificios que se levantaron a lo largo de los siglos XIX y XX en el litoral balear permanecen en uso con perspectivas ahora de abrir por vez primera sus puertas al público.

La Autoritat Portuària elabora un plan para explotar las viviendas de los faros mediante un uso de carácter turístico o sociocultural ofreciendo a los excursionistas la posibilidad de disfrutar de sus sugestivos emplazamientos. En Mallorca hay dieciséis faros propiedad del Estado, de los que siete mantendrán su función actual. Las construcciones restantes anexas a los mismos, al no ser ya empleadas, podrán acoger bares o centros culturales en un proyecto en el que podrán participar los ayuntamientos afectados.

La primera acción gubernamental que aborda de un modo completo e integrador el alumbrado de las costas españolas es el denominado «Plan General para el Alumbrado Marítimo de las Costas y Puertos de España e Islas Adyacentes» que fue aprobado por R.D. de 13 de septiembre de 1847. Pero en Balears los faros existían ya desde mucho antes, ya que desde la época romana se tiene referencia de ellos, como es el caso del que existió en el monte de La Victoria para alumbrar las bahías de Alcúdia y Pollença.