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Hace años que los comerciantes reclaman una Ley del Comercio clara y contundente. La situación del sector ha sufrido una evolución asombrosa en las últimas décadas y está más que claro que se hace preciso regular horarios, derechos y deberes. Sin embargo, nadie se pone de acuerdo. Discrepan, para empezar, acerca de quién tiene las competencias y terminan por los detalles más insignificantes; cada partido político tiene una forma de ver las cosas diametralmente opuesta.

En el Gobierno central se apuesta sin tapujos por la liberalización total, que permite a cada cual hacer lo que mejor le convenga en cuanto a horarios de apertura. Aquí los nacionalistas del PSM optan por la postura contraria, en un intento por salvar al pequeño comerciante de la enorme competencia de las grandes superficies y centros comerciales, o sea, regular al máximo las horas de abrir y cerrar los comercios, de forma que todos queden constreñidos por una igualdad de condiciones.

Hacia donde nadie mira es al consumidor, que también ha cambiado radicalmente su forma de vida desde hace unas décadas, pues hoy la mujer está plenamente incorporada al mercado laboral y no dispone de horas y más horas para dedicarlas a la compra. De ahí que la sociedad moderna reclame más flexibilidad, más sentido común y menos dificultades para algo tan sencillo como comprar cosas, que al fin y al cabo es de lo que vive el comerciante.

Por eso, se impone un término medio, algo que reclama Unió Mallorquina, un camino central que favorezca al que vende y, desde luego, al que compra, una ley consensuada por todos los sectores implicados, como exige Pimeco. La idea del Govern de permitir la apertura de dos únicos domingos al año es, claramente, restrictiva para el consumidor. Quizá desde Madrid se pasen de largo, pero tampoco vayamos nosotros a quedarnos cortos.