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La moneda única europea, más conocida como euro, ha sufrido una depreciación considerable desde su nacimiento, algo que numerosos expertos consideran que realmente no se corresponde con la realidad de la economía de la Unión, con un crecimiento razonable y una inflación más que controlada. Si bien es verdad que sería lógica una cierta debilidad con respecto al dólar debido a la fortaleza de la moneda norteamericana, no lo es tanto que ésta se haya convertido en crónica y se produzca un descenso casi permanente del valor del euro.

Hay quien atribuye al presidente del Banco Central Europeo, Win Duisenberg, parte de la culpa en esta situación, debido a que sus intervenciones pueden haber sido menos de las necesarias, concediendo un mayor protagonismo a ciertos gobiernos, y, en ocasiones, han sido efectuadas a destiempo o con criterios discutibles. Aunque es preciso que tengamos en cuenta que son los ministros de Economía de la zona euro los que determinan la política monetaria y éstos, muchas veces, atienden más a los propios intereses nacionales que a las necesidades del conjunto de los Estados afectados.

De este modo, los principales beneficiarios de esta coyuntura son los países que exportan allende las fronteras de la UE, como en el caso de Alemania o Francia, en tanto que los que comercian mayoritariamente en el interior, caso de España, son los grandes perjudicados, debido principalmente al encarecimiento que sufren productos como el petróleo como consecuencia de los permanentes cambios a la baja de una divisa que aún no circula físicamente. Es ciertamente deseable que la tendencia se invierta, lo que sería lógico si se eliminan factores de orden especulativo y se atiende a la auténtica realidad de la economía europea.