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Vista desde fuera parece más un hotel de cinco estrellas que una cárcel. Desde el amplio aparcamiento de coches se contempla el panorama: palmeras alineadas, además de otras muchas plantas, carencia de muros y alambradas, como las que tenía la de Starke. Atravesando un corredor cubierto, a cuyos lados se alinean bancos en los que, sentados, aguarda gente que va a visitar, o viene de visitar, llegamos a la puerta de cristal en la que leemos, sobre la estrella del sheriff, Hillsdboroug County Sheriff's Office.

Nos acomodamos en uno de los asientos tapizados en gris del amplio hall, y antes de acercarnos al mostrador para advertir que estamos allí, echamos un último vistazo a los papeles: a ver... Está la carta del consulado, está la notificación del sheriff que, contestado a la carta del consulado, nos da permiso para visitar, y entrevistar, pudiendo utilizar la cámara de fotos, a Joaquín J. Martínez, y están también los tres money order de 60, 60 y 12 dólares que debemos entregar a los ayudantes del sheriff como pago para que nos traigan ante nuestra presencia al condenado. Porque a diferencia de Starke, en Hillsdboroug, el periodista tiene que aportar esos tres money order para entrar. Hecha la comprobación, nos acercamos al mostrador y preguntamos por el sargento Vega, que no está, pero en su lugar nos atiende la sargento Molina, quien nos recuerda que la cita con Joaquín es a las tres. «¿Ve? "señala al papel", martes, 17 de octubre de 2000, a las 15.00 horas»

Cinco minutos después de esa hora tenemos a Joaquín delante. Viste de color butano y va esposado de manos y pies, como en Starke. Está algo más delgado que hace dos años, pero se le ve mejor. Normal. Se ha quitado de encima el corredor de la muerte, lo cual no es poco.

En una entrevista que hoy les ofrece Ultima Hora en su edición de papel Joaquín J. Martínez afirmó que ha recibido más de quinientas cartas desde Balears, y que se escribe con ocho o diez personas del archipiélago, entre ellas un preso de la cárcel de Palma.