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Ayer, segundo domingo de otoño, el día amaneció, y discurrió, más veraniego que otoñal. El sol luminoso y caluroso que nos regaló la jornada invitó a ir a la playa. Y es que Mallorca es así: mientras en la mayoría de comunidades de este país ya han sacado las rebecas de los roperos, nosotros seguimos en bañador. Por eso extraña que ante tanta apacibilidad y bondad climatológica que nos adorna, y que es tan cara para otros, le hayamos dado calabazas a la Expo de Hannover, que queramos o no es el mejor escaparate para mostrar lo que deseamos exportar, en este caso concreto buen tiempo, playas repletas de gente; algo que no todos pueden ofrecer ni siquiera pagando esos cien millones de pesetas que es por lo que, según se dice, no hemos ido nosotros. Aunque desde Hannover, desde la organización, dicen que es bastante menos, pero, bueno, nunca se sabrá cuál de las dos partes tiene razón.

Lo cierto es que ayer, desde media mañana hasta las cinco de la tarde, la playa estaba repleta, no sólo de extranjeros, pues vimos gente de aquí. Daba la sensación de que tras un viernes lluvioso, caminábamos hacia el buen tiempo, cuando realmente está sucediendo todo lo contrario, que vamos directamente hacia el frío (?), aunque el mal tiempo no lo vemos por ninguna parte.