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El caso de un matrimonio de Colorado, en los Estados Unidos, que eligió entre varios un embrión sano, que además ha servido para tratar, con células de su cordón umbilical, la enfermedad de su hermana, pone de manifiesto las enormes posibilidades que se abren frente a nosotros gracias a los descubrimientos sobre la genética humana. Y, evidentemente, no plantea prácticamente a la comunidad científica la más mínima duda sobre cuestiones éticas que sí se derivarían en el caso de que se pretendiera, mediante la manipulación genética, escoger el sexo o la altura de los hijos. Aunque esto último, por el momento, resulta extremadamente complejo, puesto que estas características no dependen de un solo gen, cosa que sí sucede con muchas enfermedades que podrán, con los nuevos conocimientos, ser tratadas y curadas.

Es cierto que existen reticencias sobre la generación de embriones con la sola finalidad de curar determinadas patologías; embriones que, posteriormente serían desechados. Esto vuelve a poner sobre la mesa el debate sobre la consideración o no de ser vivo de un embrión. Pero frente a ello está el hecho de que se puede poner fin a muchos males que azotan a la humanidad. Y, además, se abre también la posibilidad, aunque esto sea sólo una previsión de futuro, de crear órganos para sustituir aquéllos que necesariamente precisan de un trasplante, lo que pondría fin a la angustiosa espera de muchas personas que padecen insuficiencias que pueden conducirles a la muerte.

Las posibilidades de la genética son muchas, aunque hay que evitar a toda costa que estos conocimientos sirvan para una manipulación sin escrúpulos y sin control. Mientras sirvan, como en el caso de Colorado, para mejorar nuestra calidad de vida, bienvenidos sean.