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Todo empezó el año pasado en Colonia. Allí, en un inesperado arranque de «generosidad», los representantes del Grupo de los Siete (G-7), es decir de los países más ricos del mundo, anunciaron el perdón de 100.000 millones de dólares de la deuda contraída por el medio centenar de países más pobres, la mayoría de ellos africanos. Se esperaba entonces que al menos la mitad de ellos se beneficiarían del plan antes del fin del presente año. Lejos de ello, tan sólo nueve países se han beneficiado y de forma relativamente escasa. Por si ello no fuera suficiente, pensemos que aún cumpliéndose los objetivos de Colonia, los países más pobres tendrían aún pendiente al menos dos tercios de su deuda; lo que les obligaría a combatir en el doble frente de subvenir al pago de la misma, y a arbitrar fondos para combatir las enfermedades que azotan su territorio, especialmente el sida y la malaria. Ahora, en la más reciente reunión del G-7, las buenas palabras de entonces han sonado algo más huecas. La draconiana exigencia de los países ricos en orden a que los más pobres que quieran beneficiarse de ayudas cumplan escrupulosamente los mandatos del Fondo Monetario Internacional (FMI), convierte su oferta en un objetivo difícil de alcanzar, casi diríamos que premeditadamente difícil de alcanzar. Actúan los poderosos como si la pobreza se debiera a la fatalidad, como si fuera la Naturaleza quien ha creado a los pobres, cuando todos sabemos que no es así y que en la mayoría de ocasiones es precisamente la exagerada riqueza de unos la que determina la pobreza de otros. Carece de sentido el exigir a economías precarias, apenas de subsistencia, que se adapten a la disciplina de un FMI concebido en su dinámica para sistemas económicos más desarrollados. Naturalmente que nadie esperaría condonación de la deuda indiscriminada y sin condición alguna; ni aquellos países que viven en régimen de dictadura, ni los que no están «limpios» de guerra en su territorio deben en principio recibir ayuda internacional alguna. Pero sí sería de esperar una mayor comprensión hacia países, cuya economía no puede ser juzgada con criterios occidentales.