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Contrariamente a otras veces, Mónica, melena negra al viento, había sustituido el atuendo blanco por un conjunto de pantalón y blusa en negro y azul, respectivamente. Si he de serles sicero, estaba guapa. Mucho más que cuando a diario se asomaba a través de la pequeña pantalla. Incluso más delgada que entonces.

Fue un amigo quien nos puso tras la noticia. Su hija le había dicho que la prima de Mónica hacía la comunión y... efectivamente, allí estaban todos, más unidos que nunca en torno a la pequeña Vanessa. Mónica ocupó el segundo banco, tras los padres de ésta, al lado de su tío Antonio y de la abuela María, su segunda madre, quien mostraba un aspecto mucho mejor que cuando la conocimos, dos días antes de que el Madrid se proclamara campeón de Europa.

Tras la misa, Mónica, sentada en un banco del templo, estuvo largo rato firmando autógrafos. ¡Para que nos demos cuenta del poder de la televisión! O de la curiosidad de la gente ante los personajes que crea aquélla. Sin embargo, a Mónica parece que no se le han subido los humos por aquello de la fama, sino que sigue siendo la chica de siempre, que encima se ha sabido sobreponer a un pasado inesperadamente destapado que nosotros vamos a olvidar para siempre desde ya.