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Por primera vez un país "Estados Unidos" va a elaborar un programa de lucha contra el sida, no sólo desde el punto de vista de la salud, sino desde una perspectiva global como aspecto concreto de la política exterior. El Consejo de Seguridad Nacional norteamericano ha declarado días atrás el sida como «una amenaza para la seguridad del país», por su capacidad para derribar gobiernos, iniciar guerras y, en conjunto, poner en peligro las democracias. Es la primera ocasión en la que una enfermedad se considera como una amenaza para la seguridad nacional, en pie de igualdad, por ejemplo, como la que podría suponer el terrorismo. Ya en el mes de enero, la ONU alertó sobre el riesgo que entraña el sida para la seguridad mundial. Las señales de peligro en este sentido llegaban especialmente "aunque no con carácter exclusivo" desde el Àfrica subsahariana, en donde existirían en estos momentos 23 millones de personas afectadas por el síndrome. Un cuarto de la población de esta zona está prácticamente abocada a morir de esta enfermedad, en una progresión que está previsto que aumente considerablemente a lo largo de la próxima década. Estados Unidos dedicará unos 50.000 millones de pesetas a combatir semejante «peligro». Por más que resulta imprescindible luchar contra la expansión de la enfermedad recurriendo a la ayuda, al «parche», cuando la lesión ya se ha producido, entendemos que no es éste el camino a seguir. Las catástrofes humanitarias, guerras, hambrunas, enfrentamientos étnicos y sangrientas luchas tribales que tienen hoy como escenario la mitad sur de Àfrica, tienen en gran parte su origen en la voraz, irresponsable e inhumana política mantenida tradicionalmente por Occidente. Y el desarrollo y expansión del sida no constituyen una excepción. Una población desnutrida, huérfana de los conocimientos más elementales en materia de prevención de la enfermedad es víctima propiciatoria de ella. En conjunto una vieja historia: miseria, hambre, enfermedad, violencia. Los cuatro jinetes de la Apocalipsis "la peste, el hambre, la muerte y la guerra" galopando en un continente relegado a la ignorancia y el abandono, del que sólo nos acordamos, como ahora, cuando puede resultar «peligroso».