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Pere d'Alcàntara Penya, en su obra «El mosaic», nos habla del origen de la feria de Ramos y lo centra en el convento de Santa Margarita "actualmente Hospital Militar", donde a principios del siglo XIX, cada Sábado de Pasión, los fieles veneraban una reliquia de la Santa Faz sita en el altar. Junto al sagrado recinto, se colocaban algunos tenderetes en los que se vendían estampas impresas en Can Guasp. Poco más tarde, alfareros y artesanos de palmito exponían allí sus trabajos, junto a los puestos de muñecas de cartón y otras menudencias que se ofrecían al público infantil. Ya en la Rambla, aumentó la oferta al público con juquetes y golosinas expuestos por feriantes catalanes y valencianos y los salones del pim, pam, pum cercanos al carrusel de los caballitos. Pronto la ubicación de tenderetes se extendió hasta la plaza de la Sang y su fiebre expansiva no paró hasta alcanzar la explanada de los institutos. Allí llegaron por vez primera las atracciones de valor y riesgo. En los años 50-60 daba la bienvenida al visitante la estatua de un hombre que portaba un saco del que vertía chorros de jerez para dar ánimo a los pacientes «papás», que tenían que soportar el ruido ensordecedor de los puestos de tiro, junto a los ladridos de los perros del canódromo balear y a la sirena de la montaña rusa. La feria de Ramos, que nació con reminiscencias místicas, perdura tras dos siglos de existencia.