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Organizado por la Federación Internacional de Derechos Humanos ha tenido lugar recientemente en París el Primer Encuentro Euromediterráneo de Familias de Desaparecidos. Tras tan descriptivo como hasta cierto punto impersonal enunciado, nos encontramos con una realidad terrible: unas 20.000 personas han desaparecido en los países del sur del Mediterráneo, víctimas de la represión de regímenes políticos autoritariios. Monarquías, repúblicas presidencialistas o simples dictaduras, han sido las responsables en Marruecos, Argelia, Siria, Libia, Líbano o Turquía, de esa tremenda forma de eliminación del adversario político "tal vez la más cruel" conocida como «desaparición». Alguien es detenido, su nombre no figura en ninguna lista de ninguna comisaría, ni tampoco se conoce que purgue su pena en alguna cárcel conocida, y mientras las autoridades responsables del atropello se desentienden, una familia inicia el recorrido por un calvario que puede prolongarse durante décadas. Son años de angustia, de humillación, de respuestas airadas, una insistencia que en muchas ocasiones convierte en sospechosos, incluso en potenciales víctimas de una nueva «desaparición» a quienes se interesan por sus seres queridos. Y todo ello ocurre en países ribereños o muy próximos al Mediterráneo, a esa frontera sur de una Europa cuya indiferencia se erige en cómplice de tanta arbitrariedad. Ahí tenemos a Turquía, un país que aspira a entrar en la Unión Europea, y en donde las desapariciones de activistas o gentes opuestas al régimen no son infrecuentes. O Marruecos, en el que la existencia de miles de desaparecidos no impidió en ningún momento que el monarca responsable, Hassan II, fuera honrado por la comunidad internacional tras su muerte. Argelia, en donde se habla ya de unos 5.000 desaparecidos, es decir, varios miles más que los desaparecidos chilenos que en justicia están dando tanto que hablar. En suma, se trata de una situación que hay que afrontar sin tapujos. La UE debe forzar el respeto a los derechos humanos en esos países, haciendo de ello una condición indispensable para mantener con ellos acuerdos y relaciones. Lo contrario equivaldría a una hipocresía hoy inaceptable.