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Cuando todas las esperanzas de alcanzar una paz definitiva en Irlanda del Norte estaban puestas en el desarme de la banda terrorista IRA, la organización ha decidido dar marcha atrás y retirarse de las conversaciones sobre el desarme, anulando todos los anuncios en este sentido que había hecho hasta ahora.

La decisión, que hunde el proceso de paz en la más grave crisis de su existencia, ha sido tomada en represalia por la suspensión la semana pasada de las instituciones autonómicas norirlandesas por parte de Londres, en un intento por evitar el colapso definitivo del proceso de paz tras las amenazas unionistas de abandonar el Gobierno autonómico.

El caso es que la tozudez de unos y otros ha llevado al fracaso una etapa ilusionante y única en la historia de ese país ensangrentado durante más de treinta años.

El IRA acaba de perder la mejor oportunidad de su historia para incorporarse a la vida pública de forma sana, abandonando las armas en el camino hacia una existencia pacífica que lleve a su pueblo a la normalidad más absoluta. Pero sus reticencias hacia la actitud de los unionistas, sus eternos enemigos, le han abocado a la rebelión.

Ahora se han convocado reuniones en uno y otro bando para tratar de salvar una situación crítica de la que difícilmente se podrá salir si los terroristas "aunque hayan abandonado la lucha armada" se niegan a entregar las armas e integrarse en la sociedad civil.

Sin duda el próximo paso deberán darlo ellos, aunque, eso sí, no estaría de más algún gesto de los unionistas para que las cosas vuelvan a su sitio. De no ser así, el fantasma de la guerra fratricida seguirá en pie para echar por la borda las esperanzas de una nueva generación de paz en Irlanda del Norte.