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El treinta de mayo de 1952 la ciudad vivió una jornada de intensa emoción con motivo de la llegada del cardenal primado monseñor Francisco Spellman. Sumándose al homenaje que se le tributó al arzobispo de Nueva York, hicieron un paréntesis en sus quehaceres diarios las industrias, los comercios, las oficinas... Se paralizaron las actividades laborales para que el personal acudiera a darle la bienvenida. Aún hay quien no olvida la entrada del cardenal en la Plaza de San Francisco. Spellman ocupaba un magnífico automóvil descubierto de la Capitanía General. En otros coches se desplazaron las demás autoridades y el director general de Enseñanza Media, Sánchez de Muniain. La caravana de vehículos, formada por once autos, inició la marcha precedida de una sección de motoristas, entre atronadores aplausos del público. S.E. iba de pie y saludaba y bendecía al inmenso gentío que se agolpaba en las calles. Se calcularon en miles las personas que se asociaron a los actos con motivo de la llegada del arzobispo de Nueva York. A la entrada de la Plaza de San Francisco "en la foto" se había levantado un arco que ostentaba en el anverso la salutación «VOT al Cardenal Spellman» y en el reverso el emblema franciscano. Poco después dio comienzo la misa pontifical, en el transcurso de la cual el barítono Francisco Bosch y el tenor Lorenzo Cerdá cantaron acompañados de la Orquesta Sinfónica de Mallorca. Su eminencia, que vestía púrpura cardenalicia con un gran crucifijo sobre el pecho, bendijo el colegio de los P.P. Franciscanos así como a profesores y estudiantes. Ante la puerta del edificio, de cuyo balcón pendían sendas cintas sostenidas por los padrinos de la bendición, D. Bartolomé March Servera y Maritín March Cencillo, aquel «Príncipe de la Iglesia», en testimonio de gratitud a la emotiva bienvenida que se le dispensó, ofreció a la ciudad de Palma, en la persona de sus pobres, la ofrenda de 5.000 dólares, más 5.000 dólares más a los huérfanos.