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La habilidad del primer ministro turco a la hora de convencer a sus socios de Gobierno "una peculiar coalición entre derecha e izquierda" sobre la conveniencia de aplazar la ejecución del líder independentista Abdullah Ocalan, ha servido al triple objetivo de hacer ganar tiempo al propio Ejecutivo de Turquía, a una Unión Europea que tiene un año para jugar sus cartas y, obviamente, al propio Ocalan sobre cuyo cuello pende la soga. Es evidente que ahora el Tribunal Europeo de Derechos Humanos no puede sin más modificar una sentencia dictada por la Justicia turca, pero también lo es que los futuros compromisos y aspiraciones internacionales de Turquía, fundamentalmente en lo que concierne a su integración en Europa, dependen en cierta medida de la actitud de su Gobierno en esta cuestión. Desde diciembre Turquía cuenta con el estatus de candidato a la adhesión a la UE y en este sentido, una hipotética ejecución de Ocalan devaluaría extraordinariamente sus pretensiones. En cualquier caso, lo que parece ahora procedente es que se reflexione sobre la conveniencia de convertir lo que es un aplazamiento en una suspensión. Ejecutar a Ocalan "cuestiones humanitarias aparte" equivaldría a reavivar el fuego que anima el problema de los kurdos de Turquía y aumentaría las dudas relativas a la idoneidad del país como posible miembro de la UE. Y en este sentido no es descabellado pensar que la ocasión es apropiada para lograr que Europa, amén de jugar su carta de presión sobre el Gobierno turco en orden a su ingreso en la UE, consiga también que desde Ankara se emprendan pasos decisivos para atender a las reclamaciones de las gentes del Kurdistán. Pero para que todo ello resulte más asequible sería recomendable que, tecnicismos legales de lado, se trabajara desde la idea de que no estamos ante un aplazamiento de la ejecución de Ocalan, sino ante una suspensión de la misma.