TW
0

El más polémico de los obispos españoles, José María Setién, acaba de decir adiós a una larga carrera eclesiástica y deja la que hasta ahora era su diócesis, la de San Sebastián, en manos de otro hombre de Iglesia que destaca por su profundo conocimiento del País Vasco y por su compromiso con la paz, Juan María Uriarte. La noticia del abandono de Setién ha sonado a gloria a algunos sectores del Partido Popular y del PSOE, que siempre vieron en el prelado un elemento polémico, inoportuno y que, en cambio, despertaba enormes simpatías entre sus feligreses guipuzcoanos. Desde los partidos de ámbito estatal siempre le recriminaron que fuera un obispo nacionalista y no el dirigente espiritual de todos los guipuzcoanos, refiriéndose a ese cincuenta por ciento de habitantes de la provincia que no comulga con el nacionalismo.

De cualquier forma, tras pasar veinte años al frente del Obispado donostiarra, hay que reconocerle a monseñor Setién una larga cadena de aciertos: entre ellos su milimétrico conocimiento de la realidad vasca, su compromiso con la paz y los derechos humanos, su rechazo de la violencia, su defensa de una iglesia social, su aguda inteligencia y sus diáfanos análisis de los problemas de Euskadi. Quizá, en su contra, habrá que decir que no siempre eligió el mejor momento o la mejor manera de decir las cosas. Su última intervención, una de las más polémicas, hablaba de pagar un precio por la paz, lo que le valió una vez más el enfrentamiento con todos los partidos nacionales. Pero hay que decir también que la mayoría de sus alocuciones servían para pedir, una y mil veces, sin descanso a ETA que abandonara las armas. Eso, por ser menos polémico, se difundía poco. En fin, se va un personaje político, religioso y social que sin duda deja una profunda huella tanto por lo que hizo de positivo como por lo que tuvo de controvertido.