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Ya lo venimos advirtiendo desde hace meses: la precampaña electoral será larga y dura, porque la confrontación de las urnas de esta próxima primavera será una de las más complicadas para los dos grandes partidos de este país, PP y PSOE. El caso es que con una antelación pasmosa unos y otros se entregan con devoción a una lucha por el voto que empieza ya a sacar las cosas de quicio. Esta semana hemos tenido varios ejemplos de lo que está pasando. Por una parte, el intento del Partido Popular de acaparar para sí la defensa a ultranza de la Constitución española, lo que ha provocado las iras de todos los demás partidos, que recriminan al PP dos cosas: que trate de introducir en la campaña electoral una cuestión que no es electoral y además se apropie de ella y, por otro lado, su monolítica posición respecto a una hipotética modificación de la Carta Magna. Y en segundo lugar, la reacción del ministro de Defensa, Eduardo Serra, al recordar a todos los españoles "y especialmente a vascos y catalanes" que el Ejército está ahí para defender la unidad territorial del país, tal como dice la Constitución. En este país de escasa tradición democrática, la Constitución se está sacralizando hasta límites absurdos. El texto aprobado en 1978 tiene ya más de veinte años y, si todos estamos de acuerdo en que España ya no es la que era entonces, también deberíamos admitir con naturalidad la posibilidad de cambios en la Constitución que permitan adaptarla a nuevas realidades.

Y, desde luego, no es éste el momento idóneo para recordar el papel unificador del Ejército español. Sin duda, la indignación de los partidos de la oposición y de los nacionalistas moderados como CiU y el PNV está más que justificada. Serra ha cometido un grave error al referirse a una situación hipotética que no se ha planteado.