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Es ésta una fotografía que, a buen seguro provocará la evocación de tiempos pretéritos teniendo el símil de la magdalena que Proust saboreó impregnada del aroma del té de la tarde. Cuando nos asalta repentinamente la visión del Teatro Lírico en aquel tiempo en que proyectaba la película Barrabás y la de la devota dama paseando su andar cansino de la mañana, es posible hacer revivir el recuerdo dormido.

Era, la señora del devocionario en mano, una de esas personas con las que sus contemporáneos se cruzaban por la calle con inusual frecuencia; generalmente en los mismos lugares y a la misma hora. Por la familiaridad de la visión, llegaban incluso a saludarse. Y es que hay personas de nuestra ciudad que se diría que forman un todo con el paisaje hasta que un buen día, quizá hoy para nuestros lectores, nos damos cuenta de que han desaparecido de la faz de la tierra. De todos modos, el personaje que aparece en la foto no era peculiar.

Eran muchas las damas mallorquinas que acudían a misa a diario y escuchaban devotamente el sermón después de rezar el rosario. El devocionario que llevaban en la mano era una especie de salvoconducto para poder meditar las verdades eternas de nuestra religión. Al salir de la parroquia, la voz resonante del capellán capaz de diezmar al mismísimo diablo de los pecados de la carne, resonaba aún en sus oídos.