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El entrenador de la selección española de fútbol, José Antonio Camacho, ha dicho recientemente que en su equipo «quien no corre no juega». Los voluntarios del Centro Universitario Ariany tienen la misma filosofía, quieren hacer correr a los niños gitanos e hijos de inmigrantes no sólo detrás de un balón, sino de las distintas oportunidades que les ofrece la vida: informática, carpintería, electrónica, idiomas, comercio... lo que sea porque, como se queden sentados, pierden el partido ante la droga y la delincuencia: sus peores enemigos.

Carles Magraner, licenciado en Historia Medieval y coordinador del voluntariado de Ariany, afirma que «en la vida todos jugamos en varios equipos: la familia, el entorno profesional, la ciudad, el barrio, la comunidad autónoma, la humanidad entera... La capacidad para cambiar se ve reforzada cuando sabemos convivir con los demás, cuando sabemos trabajar en equipo y logramos estar cerca de las personas que componen nuestro entorno».

Desde 1967, el Centro Universitario Ariany procura ayudar a los jóvenes mallorquines a alcanzar una sólida formación humana y espiritual a través del aprovechamiento del tiempo libre. Desde su sede en la primera planta de la Avenida Argentina, número 83, de Palma, se realizan múltiples actividades que pretenden incrementar la educación que los jóvenes reciben en la familia y en el ámbito escolar, profesional y universitario.

A la sede del centro pueden ir a estudiar o a participar de sus actividades "charlas, coloquios, excursiones, torneos deportivos..." todos aquellos que lo deseen. Desde el comienzo, hubo actividades de solidaridad que en la última década han tenido un auge importante: «yo empecé hace tres años "afirma el estudiante de Informática Chema Polo" para hacer un favor y sustituir a un amigo. Me quedé enganchado al cariño de los niños de Son Banya, sa Gerreria, Corea y tantos barrios desfavorecidos. Ya no lo he podido dejar ni una semana, es una especie de droga que cuanto más vas, más lo necesitas. Los niños te esperan, no les puedes fallar».

Raúl (el nombre es ficticio) tiene 13 años. Es de raza gitana y vive con sus abuelos. Tiene fama de chulo y violento. Sus padres murieron (no ha sabido nunca muy bien de qué) y su hermano mayor también (aunque de él sí que sabe que fue de sobredosis). Raúl no va nunca al colegio; al principio se escaqueaba como podía, ahora ya no disimula. Para su edad ya tiene un pedigrí interesante. La primera vez que le pescó la policía oyó que escribían de él que era un «menor en situación de riesgo social, infractor de las normas penales». No entendió nada y, como no se corta un pelo, le pidió a esa persona que se lo aclarara. «Que eres un pringao, vamos», le dijo.