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El pasado miércoles se presentaron las obras completas de Xesc Forteza en lo que fue, a su vez, un cálido homenaje a la persona del actor al que desde aquí queremos sumarnos. Para una, que le entrevistó en varias ocasiones, la tarea de conseguir la fidelidad del registro dialogal fue siempre ardua. Y es que su pericia narradora, su ironía, su histrionismo, lo espontáneo de la palabra y del gesto pesaba mucho. Xesc teatralizaba con fortuna los hitos de su pensamiento.

Era poseedor de unos resortes que le hacían pasar en décimas de segundo del gesto angelical al furibundo, que siempre terminaba en una risa de mucha lengua aunque pareciese utilizar un cabreo perenne y un pesimismo triunfal. Supo utilizar la energía sobrante de su cuerpo y el alto nivel basáltico que provocaba su tensión permanente y la canalizó de manera positiva pues, con espíritu de safari fotográfico, se acercó a la sociedad para retratar de cerca a todas sus fieras. Los mallorquines nos hemos reído de nosotros mismos viéndonos reflejados en diálogos que tejían los hilos de araña de su magín pero nadie jamás se rió de Xesc sino con Xesc, porque él no se prestó a ello.

Jamás se disfrazó de lagarterana para provocar la carcajada y siempre fue respetado. Por eso todos lloraron su muerte cuando el humo, en lugar de cegar sus ojos, atascó sus bronquios. Es imposible sentarse en el regazo de un recuerdo, pero no desear lo imposible. Por eso, si fuese posible, esperamos desde aquí que como reza la canción «si te reencarnas en carne, vuelve a reencarnarte en ti». Nuestro teatro te necesita.