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E l nuevo presidente del Parlament, Antoni Diéguez, comenzó su mandato como mandan los cánones: presentándose a los funcionarios con los que tendrá que trabajar los próximos cuatro años. O los próximos cuatro meses o las próximas cuatro semanas. Depende. Y depende de tantas cosas que, al final, hasta es posible que finalmente resulten cuatro años.

La otra imagen del día, además de Diéguez presentándose, era la de Andreu Crespí haciendo limpieza en su despacho para trasladarse a otro. El pensaba que el traslado sería al de la planta noble pero, al final, lo único que se sabe es que, de momento, se traslada a un lugar indefinido en la sede del partido. Todo depende.

Por cierto, su despacho en el Parlament lo ocupa desde ayer Francisca Bennàssar pero sólo en sentido figurado. O virtual, como se dice ahora. No se sabe si porque Crespí aún no había hecho la mudanza por completo o porque Bennàssar aún no se ha hecho a la idea por completo de estar en la oposición, pero lo cierto es que la eurodiputada no dio señales de vida y Crespí pudo seguir recogiendo papeles sin presiones.

Mientras tanto, el único que ayer estaba en su salsa, quién lo iba a decir, era el flamante secretario de la Mesa Eberhard Grosske que disfrutó como nadie paseándose por lugares del Parlament hasta ahora ignotos para él, como por ejemplo la oficina donde se archivan todas las dietas de los diputados.

Grosske también tiene que ser un secretario temporal, pero a la vista de los satisfecho que estaba en su nuevo despacho con ventanal a la calle Conquistador, igual decide que lo temporal sea definitivo. Según cómo se mire, todo depende. Una curiosidad: además del ventanal, Grosske se encontró con una retrato del Rey presidiendo el despacho que malas lenguas aseguran que ha sido puesto a propósito porque antes no estaba.

En su periplo por las dependencias parlamentarias, Grosske y Diéguez estuvieron acompañados por el oficial mayor, Joan Ferrer y por el jefe de Protocolo, Joaquín Jaume. El día anterior, Jaume se dirigió a Grosske, le dió la enhorabuena, y le dijo: «No me metas en líos». Razones no le faltan.