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La torre de control de un aeropuerto como Son Sant Joan no es un centro de trabajo donde se pueda relajar cualquier actividad que exige todo lo contrario: una atención al segundo y, cuando el trabajo se acumula, una tensión que puede resultar agotadora. La mastodóntica terminal sería un monstruo inútil si los controladores no trabajaran por encima del límite de lo reglamentado cuando se producen las aglomeraciones de aviones sobre el cielo mallorquín, en las duras jornadas de las fechas y horas punta.

Ya no una huelga de celo, sino un estricto cumplimiento de la normativa llenaría el espacio de aviones en espera de recibir autorización para aterrizar y las pistas auxiliares de aparatos atendiendo la autorización para despegar. Los controladores, con su gran trabajo, son la pieza clave para el correcto funcionamiento, por lo que a tráfico aéreo se refiere, de Son Sant Joan.

Y ellos lo saben y aquí empieza el problema, porque si exigen más personal, menos horas, más descanso o mejores medios, recibirán el apoyo de todo el mundo, vuele o no con frecuencia, porque garantizan la fluidez y la seguridad de las operaciones. Pero si lo que pretenden es más sueldos, un seguro de vida o una iguala médica privada, no es aceptable que lo planteen con amenazas y, como ocurrió hace días, dejando el control aéreo durante diez horas nocturnas en manos de un solo controlador.

Cuando su portavoz menciona las bombas de Kosovo comparándolas con su amenaza, queda fuera de toda consideración profesional y humana. Y da pie a exigir y apoyar cualquier solución que garantice el servicio y un buen servicio. Incluso sustituyéndoles por controladores militares o contratados del mercado europeo. Es decir, popularmente se aceptaría una solución a lo Reagan.