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La muerte de Ramón Rubial, pese a anunciada, ha sorprendido y ha dolido porque se trataba de un socialista histórico que ocupó la presidencia de honor del PSOE durante unos años en que aquel viejo luchador por la democracia debió pasar momentos de angustia. La muerte le ha sorprendido a avanzada edad, pero con la lucidez necesaria para percatarse de que su partido, después de escindirse y volverse a agrupar, tras el restablecimiento de la democracia, gobernó España en un período difícil cuya herencia ha sido un rosario de escándalos que han acabado con la carrera del candidato a la Presidencia.

Nada más lejos del espíritu de quien honraba su origen modesto de obrero metalúrgico, que pagó con veinte años de cárcel, persecución y torturas su lucha por la libertad, la democracia, el sindicalismo y la defensa de los valores de la izquierda. Ramón Rubial, tras una vida dedicada al trabajo, la familia y la política, había vivido las mieles de una victoria que soñó desde que el Frente Popular se hundió por su propia culpa. Recuperar la democracia, la libertad, pero sobre todo la paz, debió ser un justo premio para quien siempre dio una soberbia lección de entrega, moderación y humildad durante toda su vida.

Pudo ver, aún, el inicio de la paz en su tierra adoptiva, Euskadi, lo que debió ser un alivio para quien había dado una soberana lección de voluntad de entendimiento. Pero los recientes sucesos habrían de amargarle sus últimos días. Como otro grande del socialismo, Julián Besteiro, Rubial vivió, aunque muy diferentes, unos momentos tristes en sus últimos días. Ahora, hasta la derecha le despide con respeto, pero sería muy oportuno para el PSOE que el último homenaje a tan señera figura fuera tomar ejemplo de su honradez y de su honorabilidad.