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Después de ocho semanas de guerra, la principal preocupación la conforma en estos momentos el porvenir de los refugiados. Reconocida la falta de recursos denunciada por el organismo de la ONU que entiende en el asunto, el ACNUR, aquí el principal interrogante que cabe formularse desde un punto de vista humanitario es simple: ¿y si esto va para largo? Hasta la fecha lo único que sabemos al respecto es lo dicho por Clinton, en el sentido de que los bombardeos durarían hasta julio. Pero visto el giro que van tomando los acontecimientos, nada se puede adelantar. Lo que sí resulta evidente en este conflicto, censurable desde tantos puntos de vista, es la tremenda imprevisión por parte de quienes al iniciar los ataques, no pensaron en las consecuencias de los mismos. Las promesas llevadas a cabo por la comunidad internacional, en orden a subvenir las necesidades de cerca de un millón de refugiados albano-kosovares no se están cumpliendo. Ello se debe a varias razones. Por un lado se da la paradoja de que los gobiernos de las distintas naciones prefieren dar sus donativos a «sus» propias ONG -las no gubernamentales ya dependen de los gobiernos- que hacerlo al ACNUR, con lo cual el proceso se ralentiza. Por otra parte, y en líneas generales, la colaboración entre el ACNUR y la Unión Europea no es tampoco todo lo fluida que sería de desear por mor de una burocracia que pone las cosas aún más difíciles. En suma, está meridianamente claro que nos hallamos ante una guerra particularmente poco «inteligente». Ya que si a los errores estrictamente estratégico-militares y a los conflictos diplomáticos por ellos causados -el más reciente, el bombardeo de la embajada de China en Belgrado- añadimos el no haberse calculado algo tan previsible como una expulsión masiva de los habitantes de Kosovo, todos tenemos razones para torcer el gesto la próxima vez que alguien nos vuelva a hablar de una «guerra inteligente».