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La euforia que acompañó al nacimiento del euro parecía un factor más que suficiente como para garantizar la estabilidad de los mercados de divisas. No obstante la dura realidad se ha encargado de poner las cosas en su sitio y sobre todo de dar la razón a quienes recelaban de tanto optimismo. En tan sólo dos meses -los que hace que ha empezado a ser la moneda común europea- su paridad respecto al dólar se ha depreciado cerca de un 9%. Evidentemente existe una razón inicial para justificar esta situación: y es el distinto momento económico que atraviesan los Estados Unidos y la Unión Europea. Así, mientras los Estados Unidos no han dejado de crecer económicamente, ciertos países europeos, especialmente los que respaldan al euro, Alemania y Francia, pasan por una etapa de cierto estancamiento económico. A este dato objetivo, hay que añadir la interpretación que de la sorprendente depreciación de la moneda europea llevan a cabo algunos expertos. A su juicio, en Norteamérica existen deseos de mantener cierta inestabilidad en los mercados de divisas, para restringir así el «protagonismo» del euro. Lo que podría parecer una frivolidad financiera, en realidad no lo es. Pensemos que el dólar desempeña hoy, y desde hace mucho tiempo, un papel como moneda de referencia muy superior al que le correspondería como reflejo de la potencia económica de Estados Unidos. Algo que se explica si tenemos en cuenta que a pesar de que la producción económica USA sólo representa el 26% de la producción mundial, las Bolsas estadounidenses suponen la mitad de la capitalización, y que el 64% de las reservas mundiales están denominadas en dólares. Sea como fuere, el euro está siendo víctima del bajo crcimiento de las economías europeas, al menos de algunas de ellas. Y ahí está el problema, cuando algunos -Aznar y esa España que va bien, entre otros- nos las prometíamos tan felices, pasando por una época de bonanza y disfrutando del respaldo de la moneda única, llega el euro y se nos desinfla. En economía, la felicidad es un valor poco seguro.