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La decisión de los partidos nacionalistas vascos de ceder el uso de la sede de su Parlamento en Vitoria al Parlamento kurdo en el exilio para que pueda celebrar su pleno anual ha levantado ampollas en el Gobierno español y en los partidos de ámbito estatal, especialmente el PP y el PSOE, que han vuelto a unir posturas, esta vez en base a dos argumentos: la soberanía española y las represalias económicas de Turquía.

Es cierto que las relaciones exteriores del Estado son competencia del Gobierno central, pero también es cierto que, de no tratarse de independentistas kurdos, el problema no pasaría a mayores. En el posible paralelismo entre kurdos y vascos reside el auténtico conflicto. Para los nacionalistas hay obvios puntos en común. Para PP y PSOE es absurdo plantear cualquier similitud entre el régimen de libertades de los vascos y la opresión de los kurdos.

Quienes sojuzgan a los kurdos son los Estados sobre los que se asienta el Kurdistán, ninguno de ellos con las garantías propias de un Estado de derecho. Turquía, que se muestra agraviada, no forma parte del Consejo de Europa por su continuada vulneración de los derechos humanos. Bien es cierto que los kurdos también usan de la violencia para defender sus legítimas reivindicaciones. Y también que lo es la amenaza turca sobre la economía española, especialmente la vasca.

Pero en el otro platillo de la balanza puede colocarse el hecho de que el Parlamento kurdo en el exilio celebra plenos anuales en capitales europeas y mantiene su actividad en el exilio como antes lo hicieron las instituciones vascas, catalanas y republicanas españolas en países que les asilaron con generosidad. La legalidad está de parte del Gobierno español, pero es evidente que los vascos van a utilizar todos los recursos, incluso los indirectos como el de los kurdos, para mantener un pulso con el Estado.