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Si no se tuercen las cosas, José María Aznar y Josep Borrell están destinados a enfrentarse en el Parlamento español durante los próximos años. Si se invierten los papeles, Aznar deberá ser el líder de la oposición a Borrell y a su teórico Gobierno en la próxima legislatura. Pero si la situación sigue como hasta ahora, la entrevista de anteayer en la Moncloa deberá repetirse durante el próximo mandato presidencial y sería oportuno que también sucediera antes de las elecciones.

Porque, de momento, Borrell es el jefe de la oposición y, desde que asumiera este papel, han pasado nueve meses sin un encuentro como el que ambos han celebrado. Con los resultados previstos: profundas discrepancias en todas las materias, voluntad de avanzar en el camino de la paz en Euskal Herria y en toda España, pero por distintas rutas, y unanimidad total en la lucha contra los nacionalismos periféricos. Sin fisuras en este terreno.

A este respecto hay que interpretar así el único acuerdo logrado, la paz no tiene precio político, que anima a los dos rivales a iluminar una sonrisa conjunta al estrecharse las manos para las fotos de rigor. Ambos tiene que justificar, ante sus militantes, partidarios y votantes, tanta cordialidad con el rival. La justifica la encarnizada defensa de España ante el peligro de los nacionalismos que emergen tras tantos años de estar soterrados, y que se concreta en este inexistente precio político.

Por lo demás, la línea de colaboración se rompe enseguida: Aznar no acepta la invitación de Borrell para acudir al Congreso a explicar el proceso de negociación con ETA. Si Borrell fuera el presidente y Aznar el candidato, los papeles se hubieran invertido perfectamente. Una forma de asegurarse la negativa del rival es pedirle la Luna. Así, pues, nada nuevo bajo el sol. Pero insistimos en que estos encuentros son buenos y deben prodigarse.