Guillermo posa orgulloso con su silla. Foto: JULIÁN AGUIRRE.

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Se llama Guillermo Vallori y es peluquero del Camp Rodó. Aprendió el oficio en Ginés y Lina. «Allí aprendí la teoría, a saber lo que se necesita o cómo se debe cortar el pelo, pero donde se aprende de verdad el oficio es a pie del sillón». Por eso, a poco de salir de la escuela, se puso a trabajar en una peluquería de s'Arenal y, más tarde, «en la mili, de barbero». Y ¡anda que no hizo prácticas ahí! Y experimentos. Porque la mili, donde ya no se suele cortar el pelo al cero, ni al uno, como antes, ni los soldados suelen protestar por el corte de pelo que se les hace». Es todo un campo para la experimentación. Y... bueno, pues que una vez licenciado se planteó lo de ¿y por qué no establecerme por mi cuenta? Y ahí está, en una barbería pequeña, con dos sillones además, uno antiquísimo, «fabricado en Barcelona hace 80 años», que nadie usa por lo incómodo que es, y que compró en el mercadillo de Consell hace un año y medio por unas 15.000 pesetas, «aunque restaurarlo me costó 150.000 pero... bueno, es una joya, ¿no?», dice, orgulloso.

Y lo es, claro, como lo son también las maquinillas de cortar el pelo y las navajas que tiene en una caja que ha colgado de una de las paredes del local. «Tengo otras sillones antiguos, uno de madera, pero están desmontados. ¿Que si soy amigo de las antigüedades? De todo lo que sea peluquería. Sí, sobre todo de sillas de barbero y de instrumental».