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Continúan los graves incidentes en Euskadi. El último de ellos ha sido el atentado contra la casa cuartel de Eibar, en Guipúzcoa, que se saldó con un guardia civil herido. Es la primera ocasión en la que, desde la tregua de ETA, la violencia callejera ocasiona alguna víctima, pero eso es algo que en algún momento debía suceder. No podemos esperar que los incendios y los cócteles molotov sólo alcancen siempre a los bienes materiales. Este atentado se producía en la misma noche en la que una manifestación multitudinaria, convocada por los partidos nacionalistas, reclamaba el acercamiento a Euskadi de los presos de la banda terrorista. No deja de ser contraproducente para los mismos intereses de los nacionalistas. ¿Cómo se puede reclamar nada desde la violencia y la intransigencia?

El presidente del PNV había calificado, unas horas antes del atentado de Eibar, los incidentes producidos con anterioridad como «de infantilismo que no es demasiado trágico». Los hechos vienen a demostrar que, aunque inicialmente sólo se hubieran producido destrozos, hemos estado a un solo paso de una tragedia.

No es posible que se siga jugando con fuego y se pretenda, desde una de las máximas responsabilidades de la política vasca, que todos estos acontecimientos carezcan de importancia o se crea que son meras «chiquilladas». Es inadmisible que nadie pueda siquiera justificar o dar carta de validez a semejantes acciones. Las reivindicaciones deben hacerse por cauces civilizados como la misma manifestación de los nacionalistas.

Muy diferente es que a base de bombas incendiarias se pretenda ejercer la amenaza no ya contra el Estado, sino contra unas personas que trabajan para él. Se está dando una auténtica imagen de barbarie.