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Después de hinchar el pecho presentando sus deberes ante la UE con nota alta, explicando que España va bien, Aznar y su equipo defienden con uñas y dientes los fondos europeos de cohesión para no verse privados de los sustanciosos ingresos procedentes de la solidaridad europea. La presidencia de Austria, país recién integrado pero con una financiación más equilibrada, ha propuesto que el plan de financiación europea que ha de mantenerse hasta el 2006, se acabe en el 2000.

Un sudor frío ha recorrido el espinazo del ministro español de Asuntos Exteriores que ha amenazado con vetar las conclusiones de la presidencia austríaca de la cumbre que ha de celebrarse este próximo fin de semana en Viena. Como era de esperar, Grecia y Portugal le han apoyado y Austria ha aceptado retirar la propuesta para salvar la reunión. Disimulando el pánico, Abel Matutes ha dicho que la actitud austríaca se debe a su bisoñez.

En realidad, en Austria, como en Alemania, han hecho números: España ha superado todas las dificultades para conseguir las condiciones fijadas en Maastricht y ha entrado en el euro con extrema facilidad. Sin embargo, aporta el 7 por ciento del presupuesto de la UE y recibe el 15. El canciller alemán Helmuth Kohl ya manifestó, antes de despedirse de su cargo, que no consideraba justo aportar un 23 por ciento y recibir un 13.

En Madrid deberán prepararse, por tanto, para gobernar sin una cómoda situación como los altos ingresos de la cohesión europea y, probablemente, sin los de la exagerada solidaridad interior que prestan comunidades como Catalunya o Balears. De modo que hay que aprovechar las actuales ayudas, como la que se pretende obtener el Govern balear de la UE para desclasificar nuestro suelo urbanizable. En el mejor de los casos quedan ocho años. Y como es sabido, ocho años son un suspiro.