Ciudadanos palestinos, que han huido de sus hogares debido a los ataques israelíes, observan un bombardeo cercano mientras se refugian en una escuela administrada por la ONU. | Reuters - MOHAMMED SALEM

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La furibunda reacción de Israel contra el secretario general de la ONU, António Guterres, ha llamado poderosamente la atención. Guterres, ante el foco internacional, vino a considerar que el ataque de Hamás –denunciado y condenado por todos los actores del tablero diplomático, también por él– no era una desgracia acontecida de la nada. El dirigente de Naciones Unidas hizo así hincapié en las más de cinco décadas de ocupación israelí, un tiempo en el que Jerusalén ha hecho oídos sordos a distintos postulados aceptados por la comunidad internacional. La solución de los dos Estados, uno hebreo y el otro palestino, es uno de esos escenarios teóricos que vuelven a la actualidad en plena guerra en la Franja de Gaza.

El presidente en funciones, Pedro Sánchez, se alineó rápidamente con los postulados del portugués, que poco después dijo que sus palabras habían sido tergiversadas. Este viernes, el expresidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, ha vuelto a desempeñar su faceta de colaborador necesario de Sánchez en múltiples frentes. El exlíder del Gobierno de España critica la «falta de respeto» de Israel con el secretario general de Naciones Unidas, y le ha pedido proporción en su reacción en la guerra. «Fíjense la falta de respeto que ha tenido Israel con el secretario general de Naciones Unidas. Hace mucho tiempo que ningún país se atreve. Hace tiempo que ningún país se atreve, y más aún un país de la comunidad democrática se atreve a hacer eso», ha lamentado en un seminario sobre la alianza estratégica de la UE y América Latina organizado por la fundación Rafael Campalans.

Por ello, ha defendido el «respaldo» del presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, a Guterres, al que ha definido como un demócrata defensor de los derechos humanos y el diálogo, y su demanda de celebrar una conferencia de paz, en la línea de lo que Sánchez respaldó horas antes, rodeado de los jefes de Estado y de Gobierno de los Veintisiete, cuando lograron acordar la petición de «pausas y corredores humanitarios» a Israel y Hamás para permitir la entrega de ayuda humanitaria a la Franja de Gaza y apoyar la celebración de una conferencia de paz «pronto», como reclamaba el propio Sánchez. Tanto el presidente en funciones como el resto de líderes de la Unión Europea firmaron una declaración que reclama «acceso humanitario continuado, rápido, seguro, y sin trabas, y ayuda para llegar a aquellos que lo necesitan por todos los medios necesarios incluyendo corredores humanitarios y pausas para necesidades humanitarias».

Se trata de una declaración de mínimos, y el propio Sánchez ha ido más allá en días precedentes, rescatando la opción de los dos Estados como una solución posible, a la hora de garantizar una paz estable y duradera en una región como Oriente Medio, fuertemente marcada por la tensión religiosa y sectaria, y con equilibrios y dinámicas propias que en ocasiones al Viejo Continente se le antojan de dificultosa asunción. La propuesta de los dos Estados fue la idea original de las Naciones Unidas cuando en 1947 se aprobó el plan de partición de Palestina. La plasmación no llegó a realizarse cuando, al año siguiente, estalló el primer conflicto árabe-israelí.

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La idea era asignar el territorio del antiguo mandato británico de Palestina ubicado al oeste del río Jordán, para la creación de dos Estados separados e independientes: el de Israel y el de Palestina. Los límites no son claros y permanecen sujetos a debate y a una negociación final; sin embargo, en general se asume que el Estado de Palestina comprendería la Franja de Gaza y Cisjordania, es decir, los actuales Territorios Palestinos administrados por la Autoridad Nacional Palestina. Los palestinos reivindican un Estado que tendría la Línea Verde como frontera, y el cual además de los territorios antes mencionados incluiría a Jerusalén Este como su capital; esta tesis es la admitida por la comunidad internacional de forma general, y también rechazada de plano por las élites sionistas.

A medida que se han sucedido, las distintas guerras han permitido a Israel ir amplificando su poderío en la zona. Un ejemplo claro lo establece el dominio sobre los Altos del Golán, una meseta al norte en la frontera con Líbano, Jordania y Siria que en su mayoría permanece ocupada militarmente por Israel. Arrebató este territorio a Siria durante la guerra de los Seis Días (1967) y la guerra de Yom Kipur (1973). Las Naciones Unidas, a través de la Resolución 242 adoptada por unanimidad en el seno del Consejo de Seguridad, lo consideran «territorio ocupado»; para Israel, sin embargo, es «territorio en disputa». En paralelo, los asentamientos israelíes en Cisjordania no han parado de crecer en los últimos años, pese a la condena de organizaciones internacionales y activistas de la causa palestina y la esfera islámica.

Los expertos en derecho internacional reseñan la importancia de la designación de los territorios palestinos como territorios ocupados. En estas zonas la potencia ocupante debe asumir ciertas obligaciones legales, como la de mantener el statu quo hasta la suscripción de un acuerdo de paz, la resolución de condiciones específicas estipuladas en un acuerdo de paz o la formación de un nuevo gobierno civil. Israel cuestiona ser un poder ocupante en relación a los territorios palestinos, así como que los asentamientos israelíes constituyan una violación de sus obligaciones como poder ocupante, infringiendo el Tratado de Ginebra.

Tras diversas resoluciones, que han contado tradicionalmente con la tibieza de Estados Unidos aunque no siempre ha sido así, el 23 de diciembre de 2016 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó un texto condenando la política de Israel de establecer asentamientos en territorio palestino, reafirmando que la adquisición de territorio por la fuerza resulta inadmisible. En tal medida los asentamientos israelíes en los territorios palestinos ocupados desde 1967, incluyendo Jerusalén Este, no tienen validez legal. Para Naciones Unidas la usurpación por la fuerza de estas zonas constituye una flagrante violación al derecho internacional, y un gran obstáculo para alcanzar una solución de dos Estados así como una paz justa, duradera y completa.

La resolución fue aprobada con los votos a favor de 14 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad, con la abstención de los Estados Unidos, y reiteró la demanda de la ONU para que Israel cese inmediatamente todas sus actividades de construcción de asentamientos en los territorios palestinos ocupados. Subraya el no reconocimiento de ningún cambio a las líneas alcanzadas en 1967. También llama a adoptar inmediatos pasos para prevenir cualquier violencia contra la población civil, incluyendo actos de terrorismo. Hoy esas palabras, con las bombas golpeando la Franja de Gaza sin cesar, caen en saco roto.