El sistema antiaéreo israelí neutraliza cohetes lanzados desde Gaza. | Reuters - AMIR COHEN

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La cooperación de Hamás con grupos aledaños, rivales y antagonistas hasta ahora como Yihad Islámica, señala que las cosas han cambiado abruptamente. Al menos más rápido de lo que la opinión pública internacional ha sido capaz de percibir. También de forma más acelerada que la anticipación y capacidad de respuesta exhibida por los servicios de inteligencia y el ejército israelí. Bien es cierto que el pasado sábado medio Israel estaba de celebración. De tal modo, el ataque de los milicianos islamistas ha hecho más daño del que muchos jamás hubieran podido imaginar.

Tras la operación masiva de Hamás en territorio israelí, a la que se han sumado voluntarios de al menos una decena de grupos palestinos armados, subyacen distintos hechos que en clave internacional proporcionan una explicación algo más exacta de lo que está sucediendo en el otro extremo del Mediterráneo. Muchos expertos ven en la normalización de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Israel, después de que otros como Marruecos ya reconocieran al estado sionista, un escenario poco halagüeño para el futuro del movimiento yihadista que gobierna la Franja de Gaza, un territorio que hacina a más de dos millones de personas en condiciones a menudo infrahumanas.

La actualización de un conflicto que empezaba a ser olvidado entre las grandes cuestiones internacionales, opacado por otras más recientes y que ocupan y preocupan más a la Casa Blanca como es la invasión rusa de Ucrania, puede haber precipitado la decisión del brazo armado de Hamás de actuar ahora y con esta virulencia inusitada. De algún modo, Hamás persigue retratar a todo el mundo, especialmente los actores de la esfera islámica ante una discusión histórica que, lejos de resolverse, sigue plasmándose como un implacable reguero de sangre y sufrimiento.

La internacionalización del conflicto que busca Hamás se explicita ya en el norte, con Hezbolá desde el Líbano. Sus cohetes se han precipitado en las últimas horas desde la frontera, y se suman a los miles lanzados en posiciones palestinas desde el sábado, momento en que se desató lo que los milicianos han llamado 'Diluvio de Al Aqsa'.

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Las miradas occidentales pronto viraron hacia Irán, mientras crecía la sombra de la duda. Ciertamente cuesta creer que Hamás ostente por sí mismo suficiente capacidad operativa y técnica para emprender una operación a gran escala como esta. Sin embargo, voces de Teherán ante Naciones Unidas han descartado este lunes la contribución a las operaciones sobre el terreno y al lanzamiento masivo de cohetes. Incluso su Gobierno ha amenazado con una respuesta «destructora» en caso de movimientos «estúpidos» por el conflicto abierto entre Israel y las milicias palestinas.

Otra pregunta pertinente en estos momentos es qué ha sucedido en Israel en los últimos tiempos. Acaban de transcurrir tres meses desde que las fuerzas israelíes lanzaran lo que los militares calificaron como su mayor operación en la ciudad ocupada de Yenín, en la Ribera Occidental del Jordán, en más de 20 años. La capital palestina en la zona norte de Cisjordania –donde a diferencia de Gaza gobierna la Autoridad Nacional Palestina– fue tomada por tierra por un gran contingente militar apoyado desde el cielo que perseguía, según las mismas fuentes, destruir «infraestructura terrorista».

Al tiempo el gobierno de Benjamin Netanyahu, a medida que se ha aproximado formalmente a determinados actores del mundo islámico, ha tenido que capear masivas protestas en las calles. Miles de ciudadanos han clamado contra una reforma judicial que limita el poder de los jueces y otorga al ejecutivo prerrogativas que muchos ven impropias y exageradas. El propio presidente, Isaac Herzog, denunció que el intento del gobierno en el que están presentes ultraortodoxos socava la convivencia, y pidió «por la unidad del pueblo de Israel» detener unos cambios legislativos que han suscitado, desde enero de este 2023, las mayores protestas en Israel desde su creación en 1948.

En todo este proceso la lucha territorial no ha menguado, al contrario. Los asentamientos de colonos en suelo palestino han continuado proliferando, provocando a menudo fricciones y estallidos violentos. Algunos han obtenido el foco de los medios de información internacionales, como cuando la periodista Shireen Abu Aqleh falleció por un disparo israelí en la cabeza mientras cubría una actuación policial. La considerada por muchos como un referente en la información política de Oriente Medio, y ampliamente especializada en la cuestión palestina tenía nacionalidad estadounidense, pero ello no la apartó de un final trágico. Su muerte ha sido solo una más en el transcurso de una peligrosa espiral de violencia que se ha intensificado en los últimos meses.

Recordemos que Israel se hizo con el control de Cisjordania en 1967 y, desde entonces, aplica un régimen de ocupación militar y colonización sobre el territorio, mientras que bloquea férreamente por tierra, mar y aire Gaza, desde que el grupo islamista Hamás se hizo con el control de la Franja en 2007. De hecho, Israel y Cisjordania viven su año más mortífero en el marco del conflicto palestino-israelí desde los tiempos de la Segunda Intifada (2000-2005). Antes del Diluvio de Al Aqsa y solo en este 2023 han muerto cerca de 200 palestinos en el enclave. La mayoría eran milicianos y atacantes, pero entre las víctimas mortales también hay civiles y hasta 36 menores. Del lado israelí, habían muerto una treintena de personas en el marco del conflicto, la mayoría colonos, aunque también cuatro miembros de las fuerzas de seguridad y varios menores.