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Enloquecido, pálido y con una chaqueta táctica de piel de tiburón, Yevgueni Prigozhin se grabó a sí mismo hace cosa de un mes insultando a los ministros de la guerra rusos y exigiendo, entre alaridos, más armas y munición a los generales del Kremlin. Estaba en la ciudad mártir de Bajmut, donde durante nueve meses sus mercenarios de Wagner fueron destruyendo pedazo a pedazo aquella urbe ucraniana sin ningún valor estratégico y que antes de la guerra tenía 70.000 habitantes. No era el primer desencuentro con el ministro Sergei Shoigú, pero que el propietario de una organización paramilitar se permitiera el lujo de bramar en Telegram contra Moscú era algo impensable en la época soviética. Y Putin, de hecho, es muy estalinista.

El chef que se comió al zar

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Cuentan que Prigozhin y Putin se conocieron porque el empresario tenía cadenas de restaurantes y cáterings en todo el país y el presidente, siempre atento a sus oligarcas más prósperos, lo convirtió en su chef personal. Pero Prigozhin no se conformaba con triunfar entre fogones, y se dio su primer atracón de muerte en 2014, en el Donbás ucraniano, cuando por primera vez sus mercenarios de Wagner -que curiosamente era el compositor favorito de Hitler- se estrenaron a sangre y fuego en aquellas llanuras fronterizas con Rusia. Desde entonces, la siniestra organización paramilitar ha estado presente en Siria, Libia, el centro de África y Malí. Son un ejército de unos 40.000 mercenarios, fuertemente armados y con una preparación militar superior. Una máquina de matar que en los últimos meses sufrió tantas bajas en Ucrania que tuvo que recurrir a presidiarios de las cárceles rusas, a los que indultaban parcialmente a cambio de luchar con ellos. Olvidaban comentarles que sus posibilidades de vida, en el frente, se reducían a unas horas o días. Con suerte una semana. Un pequeño detalle de nada. Ahora, con la rebelión de Wagner y la toma de Rostov, las cosas se le ponen muy feas a Putin, que tiene que luchar entre dos frentes: el exterior, con Ucraniana lanzando continuamente contraofensivas, y el interno, con sus mejores paramilitares sublevados y amenazando con llegar a Moscú. La Alemania nazi también luchó entre dos frentes y la cosa no acabó muy bien para ellos. Quizás desde la crisis de 1993, cuando el presidente Yeltsin se enfrentó a un alzamiento militar, Moscú no ha estado tan cerca del abismo como hasta hoy. El cocinero paramilitar se le ha indigestado a Putin.