Batallón de Azov. | Reuters

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El asedio de Mariúpol, la ciudad a orillas del mar de Azov, y la acería Azovstal en su puerto, así como su posterior rendición a las tropas rusas, han sido dos de los momentos culminantes que han marcado los primeros cien días de guerra en Ucrania. Semanas después de que la gigantesca planta industrial bombardeada hasta los cimientos fuera entregada a las tropas rusas por parte de sus defensores del Batallón Azov nada se sabe de los dos mil militares ucranianos, hombres y mujeres rendidos en este emplazamiento. Tampoco se sabe nada de los principales comandantes del batallón, que para unos cobija a nazis y para otros a patriotas defensores de la libertad.

Los familiares de los prisioneros de guerra que Rusia retiene en una localización sin especificar, probablemente en territorio de las regiones ucranianas en rebeldía contra Kiev o tal vez más allá de la frontera administrativa que recogen los mapas oficiales, claman en público por algo de información sobre sus seres queridos. Les rodea la incertidumbre y no saben nada de ellos desde que se subieron a los autobuses que los evacuaron a las zonas de Ucrania controladas por Rusia.

Por eso han creado el llamado Consejo de Esposas y Madres, y su interés es el de garantizar que los combatientes ucranianos de Mariúpol son tratados de acuerdo con la Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra. «Nos pidieron que nos quedáramos en silencio para no empeorar las cosas», apuntó Tetyana Horko, hermana del comandante de la Marina Serhiy Horko, «pero uno no debe pensar que la historia de los héroes de Azovstal ha terminado. Necesitan apoyo, necesitan que los traigan de vuelta a casa».

Family members of Ukrainian soldiers captured at Azovstal steel plant speak in Kyiv

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Mientras tanto Moscú tan solo ha confirmado que pronto entregará a Ucrania los cuerpos de 152 combatientes ucranianos hallados en «un furgón isotérmico» estropeado en el territorio de la acería Azovstal de Mariúpol. Un portavoz militar ruso afirmó esta semana que sus zapadores descubrieron minas colocadas bajo los cadáveres con una cantidad de explosivos suficiente como para «destruir todos los cuerpos». La teoría que ha propagado Rusia es que, con esta maniobra, Kiev buscaba culparles de eliminar deliberadamente los cuerpos de los combatientes de Azovstal para impedir que así llegaran a sus familiares.

Rusia anunció el pasado 20 de mayo la completa rendición de los defensores de Azovstal después de que otros 531 combatientes antrincherados en la planta desde hace casi dos meses abandonaran sus instalaciones y se entregaran a las tropas rusas. En total, según Moscú, entre el 15 y el 20 de mayo se entregaron 2.439 combatientes ucranianos, en su mayoría miembros del mencionado batallón nacionalista, que con la intervención militar ordenada por Vladímir Putin pasaron a integrarse de pleno derecho en la Guardia Nacional ucraniana.

Estos días pasados el líder de la autoproclamada república popular de Donetsk, Denís Pushilin, afirmó que el proceso para juzgar a los combatientes que se rindieron comenzará «en el futuro próximo» con la participación de «organizaciones internacionales y representantes de otros países, entre ellos, occidentales», sin precisar cuáles. Algunos podrían ser condenados a la «pena máxima» por «violaciones, torturas y asesinatos de civiles» en el Donbás.

En relación a estas menciones, un portavoz de las milicias prorrusas de Donetsk indicó que algunos de los delitos que se les imputan a los efectivos del batallón Azov se castigan en la región rebelde del este de Ucrania con «pena de muerte». Se espera que el líder Denis Prokopenko, comandante en jefe del batallón Azov, y sus máximos colaboradores se encuentren entre los juzgados. Algunos consideran a Prokopenko la viva personificación de la Ucrania nazi que el líder ruso Vladímir Putin se propuso erradicar con su acción bélica unilateral a gran escala en el país vecino.

El apunte

Mariúpol, tierra quemada por la guerra

El 21 abril fue la primera vez que Rusia aseguró haber tomado Mariúpol, a pesar de que en aquel entonces buena parte de la ciudad vivía aun sumida en los combates callejeros. Cuando los chechenos y otras unidades del ejército ruso antes distribuidas por el resto de Ucrania llegaron al sur para reforzar el ataque, la fuerza defensiva se atrincheró en la acería Azovstal, un enorme enclave industrial con infinidad de refugios subterráneos, pasadizos y parapetos ideados para resistir precisamente algo así.

El mar fue minado para evitar un desembarco a gran escala y las incursiones de los ucranianos en la que poco antes fue su ciudad se redujeron en el tiempo mientras los bombardeos arreciaban por tierra, mar y aire. Ya entonces un movimiento internacional pedía sacar a los militares ucranianos refugiados bajo la central industrial, y su historia llegó a colarse en el festival de Eurovisión. Los ucranianos aun repelieron algún intento directo de tomar la central mientras reportaban sufrimientos indecibles de heridos y enfermos al haberse quedado sin medicinas, alimentos y agua. Tras un acuerdo para evacuar a los civiles, heridos y muertos los defensores de la Mariúpol ucraniana se entregaron a los rusos entre el 16 y el 19 de mayo. Diez días después el primer carguero con una bandera idéntica a la rusa salvo por el negro tiñendo la franja superior, la que debería ser blanca, abandonó el puerto con las bodegas repletas de acero. Zarpaba así el primer botín de Mariúpol para Putin.