Varios agricultores extraen opio crudo de brotes de amapolas durante el periodo de cultivo, en Kandahar (Afganistán). | Efe

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En ningún punto del planeta se produce más opio que en Afganistán. Los datos de organismos internacionales estiman que el 90 % de toda la heroína que se consume proviene del cultivo del país asiático. Llega a surtir al 95 % del mercado europeo, mientras que en Estados Unidos esta proviene en mayor medida de México.

Sabemos que la riqueza de Afganistán deriva básicamente de dos fuentes. La primera es la ayuda internacional y la segunda a corta distancia no es otra que la producción y el comercio del opio. Controlan toda la cadena, desde su extracción, su manipulación y transporte hasta su venta en destino. Este 'recurso natural' ha devenido un tema de fondo que subyace en la ocupación extranjera, y cuando esta ha finalizado de facto comprobamos cómo no solo no se ha contenido el problema con implicaciones en la salud pública de medio mundo sino que este se ha acuciado.

Así lo muestran los datos. En concreto el cultivo de opio en Afganistán aumentó un 37 % en 2020 hasta situarse en las 224.000 hectáreas de cultivo que produjeron unas 6.300 toneladas. Se trata una de las mayores extensiones y 'cosechas' registradas en los veinte años de presencia occidental sobre el terreno, según datos de la ONU y el gobierno afgano depuesto por la irrupción de los talibán, aunque otras fuentes oficiales incluso elevan ese registro a más de trescientas mil.

Helmand, al suroeste del país, es el principal centro productor de adormidera. Después de que Estados Unidos financiara a las guerrillas islámicas de la región en la década de los 70 y los 80 del siglo XX para que hicieran frente sobre el terreno a la Unión Soviética, el comercio ilegal de heroína ha sido una de las principales formas de financiación de los talibán.

Es curioso advertir como con una mano han marcado distancias con esta ingente fuente de recursos en sus pronunciamientos públicos –su intransigencia religiosa abomina del uso de las drogas a pesar de que sus combatientes las emplean como gominolas para lidiar con su día a día de muerte–, mientras con la otra han alentado sus cultivos en zonas rurales donde esta se antoja como la única opción de supervivencia.

Producción de opio en Kandahar

Resulta especialmente significativo que en las negociaciones de paz entre norteamericanos y talibán se firmara y quedara por escrito la protección de los campos de cultivo de amapola así como todas las rutas de suministro que evacúan la sustancia del país con destino a sus múltiples compradores.

Y es que la operación Tempestad de Acero de 2017 a cargo de las fuerzas estadounidenses acometió con bombardeos selectivos las instalaciones de los señores de la droga, desestabilizando sus redes y erosionando sus ganancias. Incluso en los tiempos en que Kabul y Washington eran aliados se diseñó una estrategia para 'blanquear' toneladas incautadas de esta sustancia y comercializarlas a nivel internacional.

La intención era vender legalmente el opio que las fuerzas de seguridad afganas aprehendían en los laboratorios y campos de cultivo del país a compañías y países autorizados por la ONU para utilizarlos en la producción de fármacos. Hubiera reportado miles de millones a las arcas del estado afgano, pero ahora toda esa ganancia se traslada al mercado negro y recae por completo en los bolsillos de los talibán.

En efecto, ni la ofensiva militar ni el blanqueamiento del opio ilegal no solo no acabaron con la producción intensiva y transformación del opio a gran escala en Afganistán. Al contrario, con el tiempo esta parece haber refulgido con más ímpetu tras las bombas y las operaciones policiales.

Además, el incremento paulatino en los últimos años de la producción de heroína y de opio en general coincide con una encarnizada lucha en Estados Unidos por controlar su propia crisis con los opioides. Allí la Casa Blanca declaró en 2017 una emergencia nacional de salud pública por esta cuestión, y millones de americanos constan como adictos al amplio catálogo de medicamentos analgésicos que cuentan con esa sustancia como principio activo.

En el actual contexto pandémico, donde la salud mental está en jaque y los problemas psicológicos y la depresión están al orden del día, Occidente ha perdido enteros y se sitúa claramente por detrás en la carrera por controlar el opio que Afganistán exporta a todo el mundo.