Una mujer protesta frente a la embajada bielorrusa en Riga. En los últimos días las protestas se han sucedido en diversos puntos del planeta. | Reuters

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La presión sobre el dictador de Bielorrusia Alexander Lukashenko va en aumento a medida que pasan las horas y el caso del periodista disidente Roman Protasevich no se soluciona. A las amenazas propias de los primeros compases de la crisis diplomática han sucedido ya las consecuencias, con el cierre del espacio aéreo bielorruso por parte de la Unión Europea, seguido por otros actores, que propician un aislamiento por aire casi absoluto del régimen de Minsk.

Las palabras de los líderes internacionales contra la actuación de Bielorrusia han sido contundentes. Uno de los pronunciamientos sorprendentes proviene de París, donde las autoridades francesas subrayaron este pasado martes que nunca reconocerán la legitimidad de la elección del presidente bielorruso. No es un tema menor, pues esa legitimidad se ha teñido con el tiempo de una cierta sombra de duda, o mejor dicho de fraude electoral. Constituye por tanto el núcleo de la tensión que desembocó en protestas masivas, nunca vistas, en el país exsoviético. Una población tradicionalmente pasiva que de pronto se activó reclamando con urgencia mejores condiciones de vida y una mayor libertad.

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La legitimidad del líder es aquello que Roman Protasevich ponía en tela de juicio desde su blog, así como desde los mensajes que difundía a través de Telegram. Unos mensajes de los que ahora el informador de todo aquello que durante meses ha acontecido en Bielorrusia lejos de la esfera oficial afirma desdecirse. El vídeo del informador, detenido por las autoridades tras hacer aterrizar supuestamente bajo subterfugios a un avión comercial con pasaje civil, arroja para algunos sospechas en los métodos de los hombres de Lukashenko.

Esta crisis diplomática sin precedentes radicada en el arresto de un periodista opositor ha puesto en el foco los cauces de un sistema que frena las libertades civiles de su gente. No obstante el encaje no es sencillo, puesto que el presidente bielorruso es un fiel aliado de Vladimir Putin, y ya sabemos que Rusia cuenta con la posibilidad de vetar en el máximo órgano de Naciones Unidas toda aquella disquisición que se le antoje incómoda.

Algunos ponen el foco de la esperanza en un encuentro, una próxima reunión entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario ruso. Será el primer encuentro entre ambos, tras el ascenso al poder del demócrata. Sin embargo en la Casa Blanca no lanzan las campanas al vuelo, y en boca de su secretaria de prensa afirman que no esperan que todo se resuelva al final de la reunión, que por si fuera poco espera abordar otras cuestiones espinosas como lo sigue siendo Ucrania. Si de algún modo el encuentro de primer nivel contribuye a hallar un camino más estable y predecible por el que transitar habrá valido la pena.