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Puede que no sea absolutamente exacto decir que Argentina está en la catástrofe, pero desde luego sí lo es decir que se aproxima a ella sin escapatoria. El culpable es la COVID, cuyo comportamiento en ese país, como en Perú y en Chile, está siendo muy diferente al que ha tenido en Europa.

Remontémonos a marzo: entonces en Argentina, a diferencia de lo que ocurrió en Brasil o en Estados Unidos, cuyos presidentes negaban que la COVID fuera algo más grave que una gripe, o en contra de lo que ocurrió en Italia y España, donde el virus nos pilló distraídos, el gobierno de Alberto Fernández implantó una severa cuarentena. Casi no había casos y ya estaban todos los argentinos encerrados. El 20 de marzo, hace ahora ya más de tres meses, se inició una cuarentena que debería haber limitado severamente la expansión del virus, según la teoría de los epidemiólogos.

Sin embargo, desde ese día a hoy, el coronavirus ha ido expandiéndose por el país indiferente a la cuarentena, lo que debería merecer una reflexión por parte de los científicos. Actualmente, Argentina se aproxima a los sesenta mil casos y supera los 1.300 muertos (España, por si no lo recuerdan, llegó a los 30.000, aunque ya se sabe que la contabilización aquí ha sido bastante caótica). Observen el gráfico de crecimiento de la pandemia publicado en el principal periódico argentino. Las barras reflejan la incidencia del virus en los últimos tres meses, desde el 20 de marzo, coincidiendo con el inicio de la cuarentena.

Como no hay país que aguante tanto tiempo encerrado, y nosotros en España lo podemos entender perfectamente, el Gobierno ha ido relajando las medidas de control. Entonces, el virus, que no cesó ni un día en su expansión, aceleró su poder de contagio. De manera que ahora Alberto Fernández y Argentina se encuentran con el siguiente panorama: el virus, descontrolado; los argentinos, hartos de confinamiento y desconfiados respecto a que la cuarentena sea eficaz y, encima, la economía paralizada desde hace más de tres meses en un país que está financieramente en la quiebra.

Ahora, el Gobierno ha decidido que, desde primero de julio y hasta el 17, en el gran Buenos Aires y alguna otra provincia, se regresa al confinamiento absoluto, con prohibición de toda salida del hogar excepto para comprar suministros básicos.

¡Confinamiento absoluto después de tres meses de encierro casi total!

El panorama es desolador, ¿cómo se le explica a quienes han visto que el virus sólo se ha expandido con el confinamiento, que hay que seguir encerrado varios meses más para que esto funcione? Los medios de comunicación enemigos de Fernández, que no son pocos, no paran de hacer entrevistas e informes de cómo en Uruguay, el país vecino, hay normalidad casi absoluta, pese a que nunca implantaron la cuarentena sino únicamente se aconsejó a que la gente, voluntariamente, fuera cautelosa. ¿Cómo se mantiene a un país arruinado en la inactividad, con la economía paralizada? Y, mientras tanto, el ministro de

Finanzas negocia con los acreedores cómo evitar el ‘default’ financiero del país, que como dignos hijos de España e Italia, está ahogado en deuda pública.
Es normal, pues, que los argentinos, de por sí bastante exagerados en todo, estén a punto de enloquecer.