Un dron provisto de cámera térmica para tomar la temperatura de los visitantes. Las autoridades tunecinas se esfuerzan en la adopción de medidas para recobrar parte del mercado turístico perdido tras los atentados yihadistas. | Reuters

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Espoleado por la decisión de la revista Forbes de incluirlo en los diez destinos más importantes en la era del post COVID-19, Túnez ha emprendido un plan específico para recuperar, transformar e impulsar el turismo, un sector clave en su frágil economía, sumida en una grave crisis desde 2015.

Asido igualmente a sus buenas cifras durante la pandemia -que oficialmente ha causado la muerte a 49 ciudadanos en el país y contagiado a 1.087, el Gobierno local ha lanzado la campaña «Túnez preparada y segura» con el objeto de recuperar a todos esos turistas que prefirieron el sur de Europa, muchos de ellos Mallorca y el conjunto de las Islas Baleares, tras la cadena de atentados yihadista que hace un lustro mató a 72 personas, 60 de ellas turistas extranjeros.

El jueves, tras un cierre total de casi tres meses, los establecimientos hoteleros, la restauración y los museos pudieron volver a abrir sus puertas aunque al 50% de su capacidad y respetando un protocolo sanitario con 250 reglas sanitarias, algunas criticadas por el sector, que considera que el Gobierno no tiene una visión previsora y envía mensajes contradictorios.

La apertura de las fronteras prevista para el próximo 27 de junio, aún sin desvelar si será necesaria una cuarentena obligatoria, impide a los profesionales del sector proyectarse de cara a la próxima temporada de verano y apuestan, algunos por convicción, otros por resignación, por el turismo local.

Lofti Hamadi, responsable del restaurante «Azotea» del Hotel Dar El Jeld, en el corazón de la Medina, cree que retomar el trabajo no supondrá ganancias sino un intento por cubrir las pérdidas y garantizar el sueldo de sus cerca de cuarenta empleados. Sin embargo, teme que la apertura de las fronteras sea prematura: «quizás salvemos la temporada y luego tengamos que volver al confinamiento».

«El turismo local siempre ha sido una oportunidad desaprovechada, a pesar de que los tunecinos son grandes consumidores y amantes de la buena comida. Es necesario reorientar la estrategia. Es mejor tener las cajas registradoras llenas de dinares que cajas fuertes vacías de divisas» , asegura este empresario con más de una década de experiencia en locales de moda de la capital.

«¿Los turistas locales van a salvar la temporada? No, pero sí amortiguar y reducir los gastos y esperamos poder hacerlo antes de final de año para equilibrar la balanza de resultados», afirma, por su parte, Noureddine Beyrakdar, director general del «Carlton», el primer establecimiento hotelero del país creado en 1926 y situado en el la céntrica avenida de Habib Bourguiba, en la capital.

Este hotel de 82 habitaciones- con sólo tres clientes en sus primeras 24 horas- apenas ha parado durante el confinamiento, tras acoger al personal sanitario, y lleva un mes preparándose para poner en marcha el protocolo sanitario.

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«A excepción de las medidas de distancia y la desinfección exhaustiva de pomos y poco más, el resto ya se hacía. Lo complicado es formar al personal que no está acostumbrado a ciertos reflejos con la clientela que exigen no tener el contacto que se espera de la hostelería, que es un medio convivial. Ahora es algo casi frío », explica.

A pesar de los esfuerzos del Gobierno, Beyrakdar cree que el turismo, que representa al menos el 14% del PIB del país y del que dependen cerca de 400.00 empleos directos e indirectos, no es valorado en su justa medida con respecto a la agricultura o la industria.

A 65 kilómetros de la capital, Hammamet, destino por excelencia de los visitantes extranjeros, los carteles de «se alquila» cubren la mayoría de ventanas de los apartamentos cercanos al paseo marítimo y batallones de jóvenes trabajan para acelerar las reformas de los chiringuitos de playa.

«Nosotros vendemos ocio y durante esta crisis la gente se guarda el dinero porque cree que no es el momento, tienen otras prioridades », afirma Neji Ben Sadok, propietario del «Goa Private Beach», un restaurante y club nocturno en la playa.

Con una crisis económica profunda arrastrada durante este último lustro, sumado a tres meses de parálisis y ausencia de divisas extranjeras, Ben Sadok, como la mayoría de hosteleros, cree que es la ocasión de cambiar el modelo de negocio del turismo de masas y el «todo incluido» que destruye el sector a fuego lento y que es el preferido de la oligarquía que domina el sector desde la dictadura.

«Necesitamos turistas que no se queden en los hoteles, en los que les ofrecen de todo y encima les meten miedo diciéndoles que si salen no están seguros. A veces les preguntas qué conocen del país y sólo han visto el aeropuerto, la autopista y el hotel», se queja el empresario, que no es optimista.

El pasado año, el sector logró recuperar el aliento con nueve millones de visitantes y 16.500 millones de euros de ingresos en divisas.

El Gobierno tunecino parece haber aprendido la lección y busca diversificar la oferta más allá del mantra de playa y balneario, con destinos alternativos como el sur desértico- que ocupa el 30% del territorio- o sus 2.000 sitios arqueológicos, aunque, por el momento, es difícil competir con sus cerca de 1.200 kilómetros de costa.