Miles de bomberos y voluntarios mantienen una dura lucha contra las llamas en el norte y el centro del país. | Efe

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Cuatro meses después de la tragedia de Pedrógão Grande, un nuevo infierno de fuego ha azotado el centro y el norte de Portugal, sembrando el caos con carreteras y ferrocarriles cortados, casas reducidas a cenizas y más de una treintena de víctimas mortales.

El «peor día del año en materia de incendios forestales», según la Autoridad Nacional portuguesa de Protección Civil, no fue en julio o agosto, como cabría esperar, sino este domingo 15 de octubre, en el que se juntaron más de medio millar de fuegos que han tenido efectos devastadores.

Más allá del balance aún provisional de más de una treintena de muertos y medio centenar de heridos, las llamas, que mantienen a más de 4.000 bomberos sobre el terreno, dejaron a su paso escenas de caos, destrucción y pánico.

«Esto es un infierno», aseguraba un conductor mientras atravesaba la autovía A17 cerca de la septentrional Aveiro, completamente cercada por las llamas y el denso humo, una pesadilla que filmó con su teléfono móvil y que se ha convertido en uno de los vídeos virales del día.

Los incendios obligaron a cortar decenas de carreteras en el norte y el centro del país, entre ellas la autopista A25, que une la ciudad de Aveiro con la frontera española, a la altura de la provincia de Salamanca y donde perdió la vida una mujer que huía de las llamas.

La línea de ferrocarril de la Beira Alta también está cortada entre las localidades de Guarda y Pampilhosa da Serra, sin previsión de cuándo será posible reanudar la circulación, y más de 700 pasajeros estuvieron retenidos varias horas hasta que pudieron ser trasladados en autobuses.

En las poblaciones afectadas por el fuego, hay decenas de viviendas y construcciones que han quedado reducidas a cenizas y la amenaza de las llamas hace imposible contabilizar aún los daños.

Las altas temperaturas, la sequía prolongada y el viento fuerte ayudaron a la rápida propagación del fuego, con relatos de cómo las llamas cercaron rápidamente las aldeas, sin dar opción a los vecinos a pensar en cómo actuar para ponerse a cubierto.

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«Estábamos aterrados, ni siquiera pensamos en coger el coche y huimos a pie», explicó a medios locales un hombre que tuvo que escapar de su casa en el distrito de Viseu.

Centenares de vecinos han tenido que ser desalojados de sus viviendas en localidades como Oliveira do Hospital, donde también ardieron fábricas, mientras que en Falperra, cerca de la norteña Guimarães, fue evacuado un hotel.

Más de una veintena de grupos de escuelas permanecen cerrados, según el Ministerio de Educación, porque fueron alcanzados por las llamas o porque sirven de centro de acogida para los vecinos desalojados.

La situación también ha provocado fallos en las comunicaciones por red móvil, lo que ha dificultado las peticiones de ayuda y los trabajos de las autoridades para localizar a todos los vecinos de las aldeas afectadas por los fuegos.

Las principales compañías de telecomunicaciones trabajan ya sobre el terreno para restablecer las conexiones.

La situación llevó al Gobierno portugués a declarar el estado de calamidad pública en todos los distritos al norte del río Tajo, para asegurar que se movilicen todos los medios de lucha contra los incendios.

Además, Portugal pidió ayuda a la Unión Europea (UE) y a Marruecos para que apoyen la lucha contra las llamas, principalmente a través de medios aéreos.

El país se pregunta cómo ha podido volver a ocurrir y todas las miradas apuntan a la ministra de Administración Interna de Portugal, Constança Urbano de Sousa, quien ya ha dejado claro que no piensa dimitir.

Dimitir «sería el camino más fácil. Yo me iba, me tomaba las vacaciones que no tuve», pero eso no resolvería el problema, declaró a la prensa la ministra, quien hasta ahora siempre ha contado con el apoyo del jefe del Ejecutivo portugués, António Costa.