La gente baila y canta por las calles de Johannesburgo para homenajear a Nelson Mandela. | Reuters

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Superada la profunda tristeza del anuncio de la muerte de Nelson Mandela, Sudáfrica celebra al hombre que venció a un régimen racista y devolvió la libertad al pueblo, y lo hace con alegres homenajes en los lugares más emblemáticos de su lucha.

La celebración se centra principalmente en Johannesburgo, la ciudad que sirvió a Madiba (como se conoce popularmente al expresidente en su país) para escapar de su tribu y convertirse en el mayor símbolo de la lucha por los Derechos Humanos.

En casi todas las calles de una de las urbes más grandes de África hay una referencia al héroe sudafricano, que murió el pasado jueves a los 95 años y cuyo rostro serigrafiado llena árboles, vallas, farolas, coches y hasta grandes fachadas.

Hay algunas con crespones negros, pero casi todas son imágenes de un Madiba sonriente con un mismo mensaje: «Gracias Tata (padre)».

Este es, precisamente, el espíritu que desprende ahora la ciudad, el de un profundo agradecimiento y alegría por su vida.

Los alrededores de la casa en la que vivió y murió Mandela, situada en el barrio de Hougthon, reflejan este sentimiento de respeto y alegría.

La vivienda, situada en el cruce de las calles 4 y 12, se ha convertido en un lugar de culto que reunió hoy a centenares de personas que expresan su agradecimiento a Madiba con permanentes cánticos y bailes.

Hay personas de todas las razas y religiones, familias enteras que acuden a decir su último adiós al hombre que logró que la mezcla de cultos y pieles se convirtiera en normalidad.

«No puedo decir que esté de duelo, estoy más bien contenta, nos ha dado tanto que solo podemos celebrar quien fue. No solo fue un héroe político, también fue un héroe personal», explicó a Efe la joven sudafricana Simone Oosthuizen.

«¿Qué se puede decir de un hombre así? Creo que la palabra es 'magnífico'. Es una gran persona que hizo mucho por nosotros», dijo a Efe el joven sudafricano Chris Sterley

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La acera que rodea la casa del expresidente se ha transformado en un inmenso altar de ofrendas repleto de flores, velas y dedicatorias personales.

«De la oscuridad nos llevó a la luz; de la muerte a la inmortalidad; de la mentira a la verdad», agradece uno de los mensajes escritos frente a la puerta del «hijo de la tierra en la tierra del sol».

También hay muchos que recuerdan y valoran el coraje moral de aquel activista pro derechos humanos que pasó 27 años en la cárcel por su oposición al régimen de segregación racial del «apartheid», impuesto por la minoría blanca.

Y, por supuesto, hay espacio para el negocio lucrativo en forma de puestos de comida y de recuerdos con el rostro de Nelson Mandela, e incluso para la publicidad, como el cartel promocional de Sudáfrica que luce sobre uno de los muros de su vivienda.

La situación, aunque con grandes contrastes entre las zonas, se repite en el gueto negro de Soweto, donde vivió el Mandela pobre, joven y recién llegado a la ciudad.

Allí no hay tantos móviles de última generación captando el momento, pero la sensación festiva es mayor, los cánticos más fuertes y los bailes más numerosos. Soweto siente a Mandela como un verdadero héroe.

Los homenajes populares al expresidente no se circunscriben a esta urbe, también se suceden en el resto del país con gestos cariñosos de ciudadanos sudafricanos y extranjeros que quieren rendirle un último tributo.

El horizonte final de esta gran fiesta se divisa en el gran funeral de Estado que se celebrará el próximo día 15, al que asistirán líderes de todo el planeta.

Entretanto, el país, ajeno a los inmensos preparativos oficiales que conlleva un acto semejante, seguirá celebrando el legado de Madiba.

Mandela se convirtió en 1994 en el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica, y lideró junto a su antecesor en el cargo y último líder del «apartheid», Frederik De Klerk, una transición democrática que evitó una guerra civil entre blancos y negros.

Gracias a ese esfuerzo reconciliador, Mandela y De Klerk compartieron el Premio Nobel de la Paz en 1993.